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CAPÍTULO 31.
l timbre del portero automático sonó insistentemente aquella
mañana. La señora Levsky casi corría por el estrecho pasillo del
Eapartamento ante la obstinación del llamante.
—¡Ya va, ya va! —decía. Como si quien estuviese en el portal del
edificio pudiese oírla desde allí—. ¿Quién es? —preguntó nada más
levantar el telefonillo.
—Soy David Kachka. Tengo buenas noticias. Ábrame por favor.
La señora Levsky se apresuró a desbloquear la entrada. Si David
Kachka decía que traía buenas noticias significaba que sólo podían
concernir a Fatma. La mujer corrió entonces hacía la cocina, donde
se encontraba la muchacha imbuida en las tareas domésticas. Algo
que, a pesar de la negativa de la casera, se empeñaba en llevar a cabo
ella misma.
—¿Quién llamaba? —preguntó la joven al ver entrar en el recin-
to a la agitada señora Levsky.
—Es el señor Kachka. Ha dicho que trae buenas nuevas.
Fatma dejo rápidamente la tarea en la que estaba empeñada y sa-
lió apresuradamente a abrir la puerta. Antes de que el padre de Ariel
apareciese en el rellano ya estaba la joven esperándole.
—¿Ha regresado Ariel? —le preguntó ofuscada nada más verle.
La sonrisa de Kachka se apagó de repente. Era evidente que lo
que él venía a contarle no era lo que Fatma se esperaba. De todos
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