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—Buenos días señores.
Los dos mandos superiores se miraron sorprendidos. Ninguno de
ellos había comunicado la presencia de Ariel allí, y no comprendían
porque Sabel aparecía en escena. No era el caso del viejo Kachka,
que había sido quien le llamara nada más conocer el traslado de su
hijo.
—Buenos días —respondieron casi al unísono todos los presen-
tes.
—Comandante Sabel. ¿A qué se debe su visita? —preguntó Ta-
back.
—Me he enterado de que el capitán Kachka fue secuestrado por
hombres de Boulus Musleh, y que ha sido gracias a los hermanos
Hasbúm que ha podido escapar de Gaza con vida.
—Eso parece ser, según la versión del capitán. Pero en todo caso,
su situación en Gaza fue consecuencia de un acto de indisciplina.
Algo inaceptable en un oficial hebreo.
—Señores No deberíamos apresurarnos en quitar conclusiones.
Ustedes y yo sabemos muy bien cuales han sido las razones por las
que hemos enviado al capitán Kachka a negociar el intercambio de
prisioneros a Gaza. Quizás deberíamos tener en cuenta las conse-
cuencias que ello tuvo en sus relaciones personales.
—No somos quienes para justificar los motivos que le han lle-
vado a cometer tan grave falta. Nuestro deber es ponerlo en manos
de la justicia militar. Serán los jueces quienes valoren sus razones y
dictaminen en consecuencia —insistía Taback.
—Conozco a David Kachka desde que éramos sólo adolescentes.
Tengo la absoluta certeza de que el compromiso de su hijo con el
ejército es firme. Además, no dudo lo más mínimo de su honor.
Puedo asegurar que la intención del capitán Kachka no ha sido en
ningún momento desertar. Sus intenciones son para mí dignas de
admiración. Si bien su actuación no ha sido la más adecuada. Pero
pienso que todo esto bien podría no salir de este despacho. Ustedes
tienen suficiente mando como para dejar este incidente en una sim-
ple anécdota.
Peres mostró su disposición a zanjar el asunto, tal como proponía
Sabel. Sin embargo, Taback se mostró reticente.
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