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CAPÍTULO 37.











                     ra casi de noche cuando el vehículo militar en el cual trans-
                     portaban a Ariel llegaba a la base de Haifa. A la entrada de la
                Emisma, un marinero que hacía su guardia en la garita de con-
                 trol de acceso solicitaba al conductor del todoterreno la autoriza-
                 ción necesaria para acceder al interior de las instalaciones. Todo es-
                 taba en orden. Los papeles necesarios habían sido enviados por fax
                 a Erez poco antes de salir de la frontera los dos vehículos. En uno
                 viajaba Ariel rumbo a Haifa, mientras que en el otro habían sido
                 trasladados Fatma y sus dos hermanos hasta el cuartel de Ascalón.
                    Ariel había tenido la ocasión de llamar a su padre antes de aban-
                 donar Erez, y el viejo Kachka estaba ya en Haifa cuando él llegó.
                 Fue conducido directamente al despacho del almirante Peres. Allí,
                 junto al engalanado militar, se encontraban ya su padre y el coronel
                 Taback.
                    —Tome asiento capitán —le pidió Peres.
                    Ariel así lo hizo. Dejó caer su cansado cuerpo sobre una de las
                 sillas que había ante el escritorio del almirante, justo al lado de su
                 padre. Mientras tanto, el coronel Taback permanecía en pie, flan-
                 queando al jefe máximo de la base.
                    —Bien capitán —comenzó diciendo Peres. —Estamos ansiosos
                 por conocer su versión de lo ocurrido.


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