Page 328 - Edición final para libro digital
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Ariel obedeció.
                 —Abra la puerta trasera, por favor.
                 Los dos se dirigieron a la parte posterior. Mientras Ariel abría
              el portón, el soldado permanecía unos pasos más alejado y con el
              arma en posición de disparo. La tensión del momento podía olerse.
              Ariel conocía muy bien el protocolo a seguir por los guardianes de
              frontera y sabía que aquellos muchachos, algunos casi adolescentes,
              temían por sus vidas cada vez que debían registrar un vehículo. El
              joven soldado se relajó al ver a Fatma y a Nabir. Era evidente que
              no se trataba de terroristas y la historia comenzaba a ser más creíble.
                 —Necesito que me entreguen su documentación. Debo confir-
              mar sus identidades. Mientras tanto esperen aquí.
                 —Tómese su tiempo. —le dijo Ariel.
                 El joven militar se dirigió a las instalaciones del control mientras
              los cuatro hombres y Fatma permanecían a la espera. Siempre aten-
              tamente vigilados por los otros dos reclutas.
                 La hilera de automóviles se hacía cada vez más larga. Pero para
              los soldados la prioridad era la identificación de todas y cada una de
              las personas que, procedentes de Gaza, intentaban salir de la ciudad,
              a pesar del toque de queda estipulado por el gobierno de Jerusalén.
              Aquellos que acostumbraban a cruzar a diario eran poseedores de
              salvoconductos que les permitían agilizar su entrada. Pero no era
              el caso de Ariel y sus acompañantes que, exceptuando a Rahid, no
              disponían de las credenciales pertinentes.
                 Al cabo de un cuarto de hora, el soldado que se ausentara con
              sus documentos regresó acompañado de un teniente. El oficial al
              mando saludó a Ariel protocolariamente. Aquello tranquilizó defi-
              nitivamente a Kachka. Aquel saludo era señal de que su identidad
              había sido debidamente verificada, lo cual le permitiría entrar por
              fin en territorio judío.
                 —Buenos días capitán Kachka —fueron las primeras palabras
              del teniente.
                 —Buenos días teniente.
                 —Hemos comprobado su documentación y está todo en orden.
              Lamento haberle hecho pasar por esto, pero no teníamos constancia
              de su situación.

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