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—Todo en orden. No he visto a ningún miliciano. Tampoco a
ningún soldado judío. Podemos irnos ya. Pero he estado pensando
que quizás sea más conveniente que nos dirijamos al paso de Na-
hal Oz. La distancia es casi la misma si nos desplazamos entre los
sembradíos. Correríamos menos riesgo de encontrarnos con alguna
patrulla.
—Es verdad que podríamos evitar las zonas más pobladas, pero
no hay garantías de que nos dejen pasar por allí. Tal como están las
cosas lo más probable es que ese paso, así como los de Karni y kerem
Shalom, permanezcan cerrados —dijo Sabil.
—También podría estarlo el de Erez.
—Podría ser. Pero no suelen cerrar ese paso. Es por donde entran
en Gaza los cooperantes, periodistas y diplomáticos. Además, es el
más usado por los civiles que trabajan al otro lado. Seguro que lo
tendrán muy controlado; pero es difícil que lo hayan cerrado.
Nabir meneó la cabeza en un claro signo de contrariedad. Tenía
serias dudas de poder llegar sin problemas a Erez. Pero, por otra
parte, su hermano tenía razón. Era muy probable que sólo se mantu-
viese abierto aquel paso, y si se dirigían a Nahal Oz y se encontraban
con el paso bloqueado sus problemas se agravarían.
Rahid puso el vehículo en marcha. El trayecto resultó lento e
incómodo, como consecuencia del mal estado de las dañadas ca-
lles. Durante el recorrido se cruzaron con una patrulla de Ezzeddin
Al-Qassam; pero Sabil y Nabir conocían al cabecilla de la misma, lo
cual les sirvió para evitar el tener que darles muchas explicaciones.
Se dirigieron al Este durante dos kilómetros y luego enfilaron
la ruta principal hacia el norte. Una ruta flanqueada por tierras de
labranza y escasas viviendas. Allí, el avance fue mucho más ágil. Su-
peradas las poblaciones agrícolas de Sheikh Za’id y Bayt Hanun,
tan sólo tenían por delante campos de cosecha y desierto. Apenas
unas cuantas construcciones dispersas se alzaban al borde de la ruta.
Faltaban casi dos kilómetros para llegar al paso de Erez, pero alcan-
zaban ya a distinguir las edificaciones militares del control. Podían
considerarse a salvo de las milicias y era el momento de que Ariel pa-
sase a la parte delantera del furgón. Era el único israelita en el grupo
y le sería más fácil entenderse con los guardias. Se detuvieron en un
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