Page 334 - Edición final para libro digital
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—Lamento no estar de acuerdo con su propuesta, comandante
              Sabel. Aunque teniendo en cuenta que ya no pertenece usted al ejér-
              cito no considero necesario darle explicaciones sobre el tema.
                 —Señor. Con todos mis respetos, debo indicarle que sigo siendo
              militar en la reserva.
                 —Es verdad. Pero a pesar de ello, su rango no le permite influir
              en temas de esta índole. Quizás deberíamos trasladar el caso al ge-
              neral Abelovich.
                 —Me parece una muy buena idea coronel Taback. Quién me-
              jor que nuestro comandante en jefe para dilucidar un conflicto que
              afecta enormemente el futuro profesional y personal de uno de
              nuestros mejores oficiales.
                 David y Ariel Kachka no dijeron una sola palabra. Ambos sabían
              que el veterano Sabel haría lo imposible por solucionar aquello. Ariel
              no tenía la menor duda de las intenciones del amigo de su padre. Si
              bien era cierto que había tenido mucho que ver en la conspiración
              para atacar Gaza en cuanto su hijo estuviese a salvo, era evidente
              que nada tenía que ver en los amaños llevados a cabo por Taback, a
              instancias de Machta, para separarle de Fatma.
                 —Bien. —Sentenció el almirante Peres—. Entonces le comuni-
              caremos lo ocurrido al General Abelovich. Mientras tanto, usted,
              capitán Kachka, permanecerá arrestado en la base.
                 —Sí, señor. Como usted ordene.
                 Ariel no introdujo el tema de Fatma y sus hermanos. No era
              aquel el mejor momento. Además, estaba convencido de que su pa-
              dre y Abe Sabel habrían de solucionar aquello más pronto que tarde.
                 La reunión se dio por finalizada. El coronel Taback se retiró sin
              disimular su contrariedad. Sabía muy bien que si Abe Sabel ejercía
              sus influencias, muy probablemente, el castigo para Ariel no supon-
              dría más que un pequeño arresto. Quizás ni siquiera eso. Sin embar-
              go, el almirante Peres parecía satisfecho. Al despedirse de Sabel no
              pudo disimular una pequeña sonrisa.
                 Aquella reunión dio mucha tranquilidad a Ariel; quien nada más
              abandonar la oficina del almirante junto a su padre, le dijo a este:
                 —Los hermanos de Fatma han seguido nuestro consejo. Han
              abandonado Ezzeddin Al-Qassam, y han arriesgado sus vidas para

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