Page 336 - Edición final para libro digital
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—Lo es. Doy fe de que lo es. Pero ahora lo importante es que
              consigas que se queden Sabil y Nabir en Israel. Quizás podrías ayu-
              darles a encontrar un trabajo para que puedan comenzar de cero. Tú
              tienes muchos amigos influyentes. Seguro que podrás hacerlo.
                 —Lo intentaré —dijo David Kachka resignado.
                 El veterano abogado no le había negado nunca un favor a su
              hijo, y a pesar de que últimamente lo solía involucrar en situaciones
              conflictivas, el viejo jurista nunca le fallaba a su único descendiente.
                 —Respecto a Fatma —le dijo Ariel—, búscale acomodo en un
              hotel hasta que yo pueda estar con ella. En cuanto esto se solucione
              buscaré una casa aquí, en Haifa.
                 —A lo mejor no necesitas buscar.
                 —¿Qué quieres decir?
                 —¿No te habló Fatma de la muerte de la señora Maher?
                 —Sí. Me ha contado lo ocurrido.
                 —Entonces te habrá contado también que los Maher la nombra-
              ron única heredera. Le han dejado todos sus bienes y sus ahorros.
              No creo que sea mucho lo que tenían los ancianos, pero el aparta-
              mento en Tel Avid es ahora de Fatma. Supongo que cuando podáis
              estar definitivamente juntos os iréis a vivir allí.
                 —No sabía nada. En todo caso tiempo tendremos de tomar de-
              cisiones al respecto. Yo preferiría quedarme a vivir aquí, en Haifa.
              Estaría mucho más cerca de mi trabajo y también de vuestra casa.
              Además, eso supondría poder pasar más tiempo juntos.
                 Eso es algo que deberéis decidir vosotros. Por el momento su-
              pongo que ella querrá quedarse en Tel Avid, en su apartamento. Pero
              muy pronto podréis decidirlo entre ambos.
                 —¿Tan seguro estás de la influencia de Sabel?
                 —No lo dudes hijo. Si el general Abelovich se mostrase reticen-
              te, Abe no dudará en acudir al ministro de defensa. Y puedes estar
              seguro que si lo ordena Binem Lacka poco podrá hacer Taback para
              salirse con la suya.
                 —Eso espero. No me agradaría pasar una larga temporada sepa-
              rado de Fatma.
                 David Kachka no podía evitar una sonrisa cada vez que Ariel
              nombraba a la palestina. Lo veía realmente feliz, y no tenía duda al-

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