Page 352 - Edición final para libro digital
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allí, ya que Ariel estaba todo el día fuera de casa, ella quería también
              trabajar y los abuelos estaban deseando tener a su nieta con ellos.
                 Esa misma noche le habló a Ariel sobre lo que le había comen-
              tado Nabir.
                 —¿Te ha dicho que vuelve con la gente de Musleh? Se sorprendió
              Ariel.
                 —Eso ha dicho. Dice que quiere estar con los suyos.
                 —Pero…, después de todo lo que han hecho. De la muerte de
              Sabil. No lo entiendo.
                 —Yo tampoco lo entiendo. Pero está decidido. Mañana mismo
              se va.
                 —Pues lo siento. Lamento que no hayamos podido hacerle cam-
              biar a pesar de todo cuanto hemos pasado juntos. No seré yo quien
              intente convencerle. Le hemos ofrecido innovar su vida, un traba-
              jo... Tengo que reconocer que me he equivocado al creer que sus
              ideas eran fruto de una interpretación equivocada del conflicto.
                 —Yo también creí haber recuperado a un hermano. Pero ya no
              siento deseos de continuar intentándolo. Si es su voluntad, allá él.
                 —Tu no debes sentirte culpable de nada. Todo cuanto han hecho
              mal ha sido por voluntad propia, y cuanto han hecho de bueno se
              lo ha dictado su conciencia. Ahora debemos pensar sólo en nuestra
              felicidad.
                 Fatma asintió. Al menos había podido restablecer su relación con
              ellos. Si bien Sabil no había tenido tiempo siquiera a definirse. Pero
              Nabir lo habría pensado lo suficiente, y si tomaba aquella decisión
              tampoco merecía más esfuerzos de su parte. Ya podrían preparar la
              mudanza, y de allí en adelante su vida comenzaría a ser tal como la
              habían soñado.


                 La boda se celebró en Acre. Hacía algo más de un mes que se
              que se habían instalado en la casa de los padres de Ariel, y el mayor
              temor de Fatma, la relación con su suegra, se había disipado total-
              mente. Rebeca Linsky estaba resultando la abuela perfecta, y una
              suegra ejemplar. David Kachka, tal como había pretendido desde
              que se enterara de su futura abuelidad, dedicaba todo su tiempo a la
              pequeña Saida.

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