Page 350 - Edición final para libro digital
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abogada. Fatma, dejando a un lado sus antiguas rencillas con Rebe-
              ca, sabía también que sería todo mucho más fácil viviendo en Acre.
              Pero en aquel momento no podía plantearse una mudanza defini-
              tiva. Su hermano, Nabir, estaba aún convaleciente, y ella no podía
              abandonarle hasta que estuviese totalmente curado.
                 Ariel aceptó de buen grado las razones de la muchacha para per-
              manecer en Tel Avid. No podía decirse que su relación con Nabir
              fuese la de dos buenos cuñados, pero ambos habían puesto de su
              parte para que la becaria sobrellevara, lo mejor posible, aquella situa-
              ción. Para la joven habían sido demasiadas emociones negativas en
              un corto periodo de tiempo, y necesitaba toda la comprensión que
              pudiesen brindarle para superar tantos desgraciados sucesos.
                 Por  otra  parte,  Ariel  había  permanecido  arrestado  más  de  un
              mes; por lo cual no habían podido estar juntos durante todo aquel
              tiempo. Así que, en realidad, hacía tan sólo unos días que comenza-
              ran la convivencia juntos.
                 El embarazo de Fatma ya no podía ser disimulado. El alumbra-
              miento era cosa de pocas semanas y, en cuanto naciese el niño, sería
              de gran ayuda la voluntad de sus abuelos. Otra muy buena razón
              para irse a vivir con los padres de Ariel. Ambos tenían un promete-
              dor futuro en sus correspondientes profesiones y el viejo Kachka y
              su esposa estaban como locos por ver crecer a su nieto.
                 A pesar de los deseos de la pareja, las secuelas que dejara en Nabir
              la detonación de aquel misil hacían que sus planes se viesen poster-
              gados. Durante otros seis meses continuó Fatma cuidando de su
              hermano. En todo aquel tiempo no fueron pocas las controversias
              que tuvo con Ariel por prestar tanta atención a una de las personas
              que fuera, en gran parte, causante de su sufrimiento durante años.
              Pero Ariel sabía que la palestina, a pesar de todo, no abandonaría a
              su deudo. Por tal razón, esperó pacientemente la recuperación del
              joven. Tenía la promesa de Fatma de que en cuanto Nabir se recupe-
              rase totalmente se casarían, y entonces organizarían por fin su futuro
              tal cual lo venían planeando desde el mismo día en que Ariel había
              terminado su arresto.
                 La pequeña Saida, fruto de la pasión desatada sobre el cálido
              arenal aquella desenfrenada noche de entrega, llegó al mundo cuan-

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