Page 107 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 —¿En serio?, ¿crees que quedaré satisfecho?
                 —Claro que sí, no le quepa duda.
                 —¿Y qué crees tú que debo daros a cambio de tan placentera
            compañía?
                 Elena miró a su compañero demandando su opinión.
                 —Cincuenta gramos sería razonable —intervino Ernesto.
                 —Cincuenta gramos eh, ¿tanto consideras que vale tu chica?
                 —Yo creo que sí, tiene sólo catorce años, usted sabe que no
            hay muchas chicas tan jovencitas con las que pueda estar.
                 —Muchacho, si yo te contara con cuantas jovencitas he estado
            te sorprenderías. De todos modos no te voy a dar cincuenta gra-
            mos, eso es mucha pasta, si os interesa os doy veinte gramos.
                 —Pero tendremos que vender algo para sacar un poco de di-
            nero y necesitamos para consumir, con eso apenas nos dará para
            nuestro consumo, usted dijo que nos pagaría bien.
                 —Si os interesa así perfecto; sino os vais por donde habéis
            venido, mis hombres os acompañarán a la salida.
                 Durante un momento Ernesto estuvo con dudas; pero al rato,
            y sin consultar a Elena, aceptó la oferta.
                 Mientras el muchacho permanecía en el despacho vigilado por
            dos de los sicarios del mafioso, éste se llevó a la joven a un cuarto
            contiguo donde la chiquilla entregaría su cuerpo a aquel desconoci-
            do a cambio de unos cuantos gramos de heroína. Transcurrida más
            o menos una hora aparecieron nuevamente en el despacho, Elena
            tenía la mirada perdida y la cara marcada; estaba claro que aquel ca-
            brón le había pegado, pero Ernesto no dijo nada, tan sólo la miró.
            Sin embargo, la muchacha agachó la cabeza evitando los ojos de su
            pareja. El capo saco del cajón de su escritorio una pequeña bolsa
            con droga y se la tiró a Ernesto, que la cogió al vuelo, y tomando
            por el brazo a Elena, salió de la estancia, siempre vigilado por los
            dos matones.
                 —Vigilad bien a esos dos, que no se vayan a ir de la lengua
            —le dijo el personaje a uno de sus hombres.


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