Page 105 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 —¿No pretenderás que yo esté mirando mientras se lo haces?
                 —Puedes estar en la sala mientras nosotros vamos a la habi-
            tación.
                 —Está bien, espero que el tío no ponga problemas, hablaré
            con él.
                 El hombre marcó un número en su celular, no tardaron en
            responderle al otro lado e, inmediatamente, después de un corto
            saludo, le expuso la exigencia de su novia.
                 —Está bien, no hay ningún problema, tú me traes a tu chica y
            nos esperas fuera; me fío de ti, seguro que no me vas a robar nada,
            y para no aburrirte mientras esperas estarán dos de mis hombres
            contigo.
                 —Ya, pero no necesita vigilarme, jamás le robaría a usted nada.
                 —No me interpretes mal, sólo estarán para hacerte compañía,
            a lo mejor tu nena es buena y nos lleva mucho tiempo.
                 Ernesto no respondió a eso último, se limitó a asentir y con-
            certar la cita. Luego, dirigiéndose a Elena le dijo:
                 —Quiere que vallamos este sábado a las ocho, me ha dicho
            que te duches antes de ir y que te prepares.
                 —Hijo de puta —farfulló Elena entre dientes.
                 No volvieron a comentar el tema hasta el mismo día de la cita:
            A las ocho en punto se presentaron ante una lujosa casa rodeada
            por una elevada verja. A la vista había tan sólo unos cuatro hom-
            bres, con toda seguridad estarían armados, y en las dos esquinas
            de la casa dos perros pit bull dispuestos a echarse sobre cualquiera
            que entrase sin la debida compañía. Ernesto llamó al interfono, sin
            responderle le abrieron la gran verja y ambos caminaron hacia la
            vivienda. Apenas habían avanzado unos metros en la finca cuando
            ya les salió al paso un hombre que les ordenó detenerse.
                 —Somos…
                 —Ya sé quién sois —replicó inmediatamente el individuo sin
            dejarle proseguir la frase—, os tengo que cachear a ambos. Ni Elena
            ni Ernesto opusieron resistencia alguna.


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