Page 108 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

                 —Como usted ordene don Rodrigo.
                 Elena permaneció callada durante todo el camino mientras
            regresaban al apartamento. A pesar de la insistencia de Ernesto
            en preguntarle lo que había ocurrido allí adentro ella no dijo una
            sola palabra. Una vez en la lúgubre habitación donde compartían
            su miserable existencia, el chaval se apresuró a preparar una dosis
            mientras ella se lavaba. Se sentía realmente sucia, si bien no era la
            primera vez que se prostituía para conseguir droga, en esa ocasión
            le había resultado especialmente repugnante.
                 Desde que abandonó el internado, su vida había sido una
            constante tragedia. Aquel chico tan interesante y simpático que la
            había convencido para que se fugase con él prometiéndole felicidad
            y cariño, había resultado ser un yonqui sin personalidad cuya única
            deferencia hacía ella había sido arrastrarla al mundo de las drogas
            y la prostitución. Una vez metida en el fango toda su inocencia y
            sus sueños se vieron limitados a aquel asqueroso zulo, entre sucie-
            dad y jeringuillas, y a vagabundear por las noches entre camellos y
            delincuentes. Elena maldecía constantemente la decisión que había
            tomado cegada por el amor y los deseos de conocer una vida mun-
            dana y excitante.
                 —Esto está listo —sonó la voz de Ernesto arrancándola de su
            abstracción.
                 Una jeringuilla lista para ser usada reposaba sobre la mesilla
            mientras el enjuto macarra se estaba anudando una goma al brazo
            como parte de los preliminares del peligroso viaje a la relajación.
            Elena se preparó para lo mismo, necesitaba pincharse para superar
            toda aquella inmundicia en la que se había instalado. Pacientemen-
            te y viendo cómo su acompañante se inyectaba la droga esperó su
            turno. Una vez él hubo terminado ella procedió a cumplir con el
            mismo ritual y a los pocos minutos ambos yacían sobre la cama
            totalmente sedados, embarcados en un inefable viaje por el irreal
            mundo de la liberación mental.
                 Elena despertó muy temprano, después de haber satisfecho la


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