Page 113 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

            saludarme conociendo mi animadversión a su persona. A pesar de
            todo cuanto me había hecho en su momento, ahí estaba, entablan-
            do una conversación conmigo. Su actitud, tan diferente a la que
            había tenido cuando estábamos con Miguel, me animó a dejar de
            lado los prejuicios y abrirme más.
                 —¿Vienes a menudo por aquí? —le pregunté.
                 —La verdad es que no, hoy me queda de paso y me entretuve
            un rato mirando un poco, fue cuando te vi. En realidad voy al par-
            que del arroyo.
                 El parque del arroyo era el sitio a donde Miguel me había
            llevado para conocer a sus amigos, allí solían juntarse todos; por
            lo que deduje que Sonia se iba a encontrar con él esa mañana.
            Al pensar en ello me invadió nuevamente aquel ardor interior que
            afloraba siempre que veía a los dos juntos; sólo pensar que iba a
            ocurrir hacía que me pusiese tensa, pero no quería que Sonia lo
            notase. Debía controlar mis reacciones y hacerles ver a ambos que
            podía compartir a Miguel sin problema; eso era lo que él quería, y
            si deseaba estar con él tendría que dárselo.
                 —¿Puedo acompañarte?, me gustaría volver a ver a los chicos.
                 Sonia se me quedó mirando perpleja, no se esperaba aquella
            pregunta ni yo me esperaba la naturalidad de su respuesta.
                 —Claro, si quieres podemos ir juntas, he quedado con Miguel
            y seguro que se alegrará de verte.
                 Me sorprendió que Sonia aceptase de tan buen grado que me
            viese con Miguel, pero jamás podría haber sospechado sus inten-
            ciones.
                 Le dije a mi tía que me había encontrado con una buena ami-
            ga y que iríamos ambas a dar un paseo.
                 —Estaré en casa a la hora de comer, ¿no te importa que vaya?
                 —Claro que no, ya me encargo yo de hacer la compra, pása-
            telo bien.
                 Dejé a tía Carmen revolviendo en el dichoso cajón, en el cual
            aún no había encontrado nada de su agrado a pesar de llevar más de


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