Page 119 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

            más de tres horas anduvimos, una y otra vez, las callejuelas sin
            conseguir ni siquiera encontrar a alguien que la conociese. Total-
            mente desmoralizados, y cansados de tanto caminar, regresamos a
            coger la moto. Miguel me acercó hasta el parque y desde allí tomé
            a pie el camino hacia casa. No podía sacarme de la cabeza a Elena,
            a pesar de los años transcurridos y de la poca relación habida con
            ella, me había empeñado en encontrarla, incluso sin tener la ple-
            na seguridad de que sería quien yo pensaba. Aún era temprano y
            tenía tiempo, marché despacio contando cada uno de mis pasos,
            aquello me relajaba. Al tomar la calle que me llevaba directamen-
            te a mi domicilio vi algo que me llamó la atención, a unos cien
            metros había una chica de más o menos mi edad sentada sobre el
            bordillo de la acera. Tenía la cara entre las manos y estaba vestida
            apenas con una vieja bata roja y unas zapatillas. El corazón me
            dio un vuelco nada más mirarla, algo me decía que aquella joven
            podría ser Elena. Aceleré el paso y en un par de minutos llegué
            hasta su lado; pero ella ni siquiera levantó la mirada, continuó
            cabizbaja, inmóvil y en silencio.
                 —¡Elena!
                 Pronuncié su nombre convencida de que inmediatamente di-
            siparía mis dudas pero no obtuve respuesta. Ella siguió con el rostro
            embutido entre sus manos, sin decir absolutamente nada, tan sólo
            se la oía sollozar. La llamé de nuevo tocándole el hombro y al sentir
            el contacto se dio la vuelta lentamente, entonces pude ver su cara
            demacrada, sus ojos bañados en lágrimas y una enorme tristeza en
            su gesto.
                 —Hola, ¿te llamas Elena?
                 Se quedó mirándome extrañada, no comprendía cómo podía
            conocer su nombre.
                 —Sí, me llamo Elena, ¿cómo es que lo sabes?
                 —¿Tú has estado en el internado Las Rosas?
                 La pregunta la cogió por sorpresa, no sabía qué responderme.
            Aún temía hablar de su fuga, pero debió pensar que una vez muerto


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