Page 198 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

                 A pesar de nuestra cautela, tanto Aurelio como los otros dos
            comprendieron inmediatamente a que nos referíamos, sin embargo
            Sara y Sonia, bastante más inocentes, no captaron el verdadero sig-
            nificado de nuestras palabras, lo cual me satisfizo, ya que no estaba
            en mi ánimo mezclar a las chicas en aquel negocio, máxime cuando
            mi intención era mantener a Sonia alejada de Miguel.
                 —Está Bien —dijo Aurelio—, conmigo podéis contar.
                 Tanto Rodrigo como Tomás tardaron un poco más en res-
            ponder pero, finalmente, ambos estuvieron también de acuerdo en
            formar parte de la organización.
                 Una vez asegurada la participación de los muchachos en el
            nuevo proyecto, debía decidir la forma de apartar a Bremon del
            mismo, y para ello contaba especialmente con Aurelio, el más atre-
            vido de los tres y también el más discreto. Le pedí a Susana poder
            quedarme un rato a solas con él para exponerle cual era mi idea
            para hacerme con la dirección del entramado; ella se llevó a los
            demás a la parte alta, junto al coche, mientras yo le detallé al Auri
            cuál sería su primer trabajo para nosotros, siempre bajo la prome-
            sas de suculentos beneficios económicos. No resultó difícil llegar a
            un acuerdo, quedando él en encargarse de todo lo necesario para
            cumplir con mi encargo.
                 Establecidos definitivamente los acuerdos sobre nuestra rela-
            ción profesional dedicamos el resto del tiempo a hablar sobre no-
            sotros y nuestras peripecias durante aquellos meses. Me centré muy
            especialmente en Sara, quien me contó todo lo ocurrido entre mis
            tíos y cómo había fallecido Tía Carmen; aquel fue, sin duda, el
            peor momento de toda la tarde, y una vez más ambas rompimos a
            llorar, aunque esta vez no era de alegría. Ya totalmente de noche y
            faltando tan sólo media hora para cumplir con la promesa hecha a
            mi padre sobre nuestro regreso, volvimos a subirnos al coche y nos
            alejamos de allí, quedando en mantener el contacto y con el firme
            compromiso de no hablar con nadie de nuestro encuentro.




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