Page 25 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 Aquella pregunta me puso muy nerviosa, tenía unas ganas lo-
            cas de estar con Miguel; pero les fallaría a mis tíos si no me presen-
            taba al examen, y como se enterasen de que había faltado a las clases
            tendría un problema en casa. Sin embargo, el deseo de pasar toda
            la mañana con aquel chico, los dos solos, me resultaba tan tentador
            que mi irresponsable inmadurez, y el bullicio de mis hormonas de
            adolescente, se impusieron a mi sentido común, así que acepté el
            ofrecimiento de Miguel.
                 Esperamos un rato en el parque, el conserje estaba aún re-
            cibiendo a los que iban llegando y había comenzado el trajín de
            alumnos y profesores, no queríamos que nadie nos viese irnos de
            allí, y mucho menos juntos. Vimos entrar a Sonia con su amiga
            Leonor, pero ellas ni siquiera se fijaron en nosotros y eso me produ-
            jo un gran alivio. Aquella chica me producía una especie de miedo,
            y con su actitud el día anterior me había dado a entender que era
            muy celosa y posesiva. Si me veía con su chico vendría a por mí y
            no me gustaba nada la idea de ser objeto de sus iras.
                 Cuando dejó de entrar gente en la escuela y el conserje cerró
            la valla, miguel se fue a por su moto mientras yo echaba a andar
            hacia la esquina de la calle para que me recogiese allí.  Él se acercó
            y me monté en la parte trasera, me dejó su casco mientras hacía un
            comentario jocoso:
                 —Yo ya tengo la cabeza suficientemente dura, no lo necesito.
                 No pude evitar reírme sonoramente. Aquel muchacho me re-
            sultaba tan simpático y agradable que no podía ver más allá. Quizás
            era aquello lo mismo que había sentido mi madre cuando se enamo-
            ró de mi padre teniendo más o menos mi misma edad. Eso era algo
            que me asustaba realmente y no quería pensar en ello. Por otra parte,
            de ninguna manera Miguel podía ser como mi padre. Él era un chico
            bondadoso y simpático, aunque un poco atrevido y rebelde; pero era
            precisamente esa faceta de su personalidad la que más me atraía. A
            mi corta edad tal era el concepto de un muchacho interesante, preci-
            samente el mismo que, transcurrido un tiempo, marcaría mi futuro.


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