Page 27 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 —Espera, voy a saludar a mis camaradas y ya nos vamos.
                 Se dirigió hacia uno de los bancos instalados en el interior
            del recinto vallado. Allí se encontraban seis muchachos de más o
            menos la edad de Miguel. Yo permanecí sentada en la moto, ni si-
            quiera me quité el casco, sólo deseaba irme de allí cuanto antes. Al
            cabo de unos minutos él regresó, sin decir ni una palabra se montó
            en la motocicleta, la arrancó y nos fuimos de aquel lugar.
                 Aquella incursión inesperada en lo más mezquino de la socie-
            dad me hizo replantearme mi relación con Miguel. Mientras vol-
            víamos a la escuela ni siquiera hablamos, durante todo el trayecto
            mantuve una lucha interna entre mi atracción por aquel chico y mi
            rechazo hacia el ambiente en el que se movía, precisamente aquello
            que siempre había odiado. Aquellos jóvenes representaban todo lo
            negativo que había marcado mi niñez, la desgraciada adolescencia
            de mi madre y el visceral desprecio hacia un padre que no había
            llegado a conocer. El mito de aquel chico simpático y rebelde se
            tambaleaba ante la crudeza de una realidad que me repugnaba.
                 —¿Qué vas a hacer ahora? —me preguntó Miguel mientras
            me dejaba en el parque, frente al instituto.
                 —Voy a clase, llegaré para la segunda hora, quizás si conven-
            zo a la profesora me permita hacer el examen aún, sino tendré un
            problema con mis tíos.
                 —Bueno, yo me largo, voy a enrollarme con los colegas a ver
            si se nos ocurre algo divertido para pasar la mañana.
                 —¿Ellos también han faltado a clase o siempre madrugan
            tanto? —le pregunté extrañada de que estuviesen todos reunidos
            tan temprano.
                 —Pues como yo. Anda que nos íbamos a levantar a estas horas
            si no nos mandasen venir al instituto —me respondió entre risas—.
            Bueno nena, que te diviertas en la clase, yo me doy el piro.
                 Se puso el casco y salió dando gas a lo loco, como era costum-
            bre en él.
                 Mientras se alejaba a toda velocidad atravesé la calle y me diri-


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