Page 32 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

                 El inconveniente del transporte pretendía ser una justificación
            personal para evitar la situación sin sentirme humillada. Intenta-
            ba encontrar alguna excusa interior para no seguir adelante con
            aquello; pero realmente deseaba continuar. Por primera vez estaba
            inmersa en un conflicto moral y a una edad en la que la resolución
            del mismo podía marcar para siempre mi vida.
                 —No te preocupes, no es la primera vez que esta moto hace de
            autobús, sube y engánchate a Sonia.
                 La respuesta desarmó mi dubitativo argumento, aunque en
            realidad era lo que deseaba escuchar. Estaba hecha un verdadero lío.
                 Subí a la moto y me agarré a Sonia, aquella situación me resul-
            taba sumamente absurda. Allí estaba, abrazada a la chica que más
            odiaba en aquel momento, y sin embargo satisfecha pensando en
            lo mal que le debía estar sentando a ella que lo hiciese. A pesar de
            lo fácil que tenía el haberme negado a acompañarlos, mi deseo de
            estar con Miguel era mucho más intenso que mi sentido común, y
            el escenario me resultaba incluso divertido.
                 Era mi objetivo y no cejaría hasta conseguirlo; quería estar
            con él y no me planteaba, ni remotamente, la idea de abandonar
            aunque Sonia estuviese por el medio. Ciertamente ella era mucho
            más mujer que yo, tenía más años y por lo tanto más experiencia,
            pero yo sabía que Miguel se había fijado en mí y, a pesar de no te-
            ner aún los trece, pronto los cumpliría, y mi cuerpo generosamente
            desarrollado me hacía parecer mayor. Nada especial tenía Sonia que
            yo no pudiese ofrecerle.
                 Con las dos fuertemente agarradas a su cintura, haciendo piña
            en un asiento demasiado corto para tanta gente, y conmigo senta-
            da casi en el guardabarros, Miguel aceleró la moto haciendo que
            se levantase la rueda delantera; aquel inesperado y brusco cambio
            en tan endeble equilibrio hizo que nos precipitásemos hacia atrás
            arrastrando en la vergonzosa caída al propio Miguel, que no consi-
            guió zafarse del abrazo al cual le habíamos sometido. Moto, piloto
            y paquetes nos encontramos en el suelo sobre el duro asfalto y mi-


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