Page 95 - Mucho antes de ser mujer
P. 95

José Manuel Bermúdez

                 —Hola chicas.
                 —Hola. Me saludaron las tres casi al unísono.
                 —Bueno, ¿a dónde iremos? —les pregunté dando por hecho
            que ya tendrían algún plan.
                 —No hemos decidido nada, queríamos que estuvieses tú tam-
            bién, ¿te gustaría hacer algo en concreto?
                 —Pues no sé, a mí me da igual; podríamos ir hasta las pistas
            de patinaje, ¿qué os parece?
                 —A mí me parece muy buena idea —dijo Rosa. Tania y Sara
            asintieron.
                 —Venga, vamos entonces.
                 Las pistas de patinaje se encontraban a unos quince minutos
            de allí, pero teniendo en cuenta una parte del recorrido, que dis-
            curría por la calle comercial, probablemente tardaríamos bastante
            más.
                 Llegamos a las pistas sobre las siete. El lugar estaba muy con-
            currido, una gran cantidad de chicos se encontraban haciendo pi-
            ruetas en las ramblas con sus monopatines, mientras que la pista
            principal contaba con una nutrida asistencia de jóvenes parejas y
            niños. El día estaba estupendo y era mucha la gente que decidiera
            pasar la tarde en aquel lugar. Nos sentamos en uno de los bancos
            que rodeaban las instalaciones, desde allí podíamos ver a los mu-
            chachos que se esmeraban al máximo en sus acrobacias para im-
            presionarnos. Aquello nos hacía sentir halagadas y reíamos como
            tontas en tanto comentábamos las características físicas de los cha-
            vales y criticábamos su empeño en llamar nuestra atención, no sin
            reírnos abiertamente cada vez que alguno de ellos se daba un buen
            golpe como consecuencia de su empeño en seducirnos.
                 No llevaríamos allí más de quince minutos cuando noté cómo
            alguien me daba unos pequeños toques en la espalda; al girarme
            pude ver a un niño de no más de ocho años con la mano extendida
            hacia mí, entre sus diminutos dedos portaba un papel que, indu-


                                       — 94—
   90   91   92   93   94   95   96   97   98   99   100