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Muros. Historia viva


            escapando del peligro. El día 10, la administración enviaba a la zona una gran
            cantidad de autobuses para evacuar a los vecinos de Finisterre, de los cuales una
            buena parte fueron acogidos en Muros. Otros muchos de los ayuntamientos ve-
            cinos, Cee, Corcubión, Muxía..., abandonaron también sus casas, desplazándose
            por sus propios medios, principalmente hacia A Coruña y Santiago.
               Parte de la carga fue llevada a las instalaciones de alúmina aluminio, en San
            Cibrao (Lugo). El oscurantismo con el que se llevó a cabo el transporte esti-
            muló la teoría de que el buque debía llevar una carga amenazadora. Se llegó a
            especular con que podría tratarse de residuos nucleares. Sin embargo, el día 11
            comenzaron a regresar a sus casas la mayoría de los evacuados y se fue, poco a
            poco, recuperando la normalidad.
               En el accidente fallecieron 23 de los 31 tripulantes que iban a bordo.
               Posteriormente se procedió a desguazar los restos del navío. Pero, nunca se
            llegó a conocer cuál era realmente la carga que tanta alarma había causado en la
            zona.




                         Naufragio del La Xana


               Era el mes de octubre de 1991, un mes trágico para la Costa de la Muerte, que
            ya se había apropiado de 23 vidas, cuando el La Xana, un pesquero muradano,
            con ocho tripulantes a bordo, embarrancaba en los bajos de Moador, frente a la
            ermita de A Virxe da Barca, muy cerca del puerto de Muxía.
               A pesar del mal tiempo que azotaba toda la costa aquella mañana, varios
            barcos de Muros se habían hecho a la mar. Pero, ante la amenazante furia de las
            aguas, muchos de ellos optaron por regresar a puerto.
               No consideró, sin embargo, tan peligrosa la faena el patrón del La Xana, que
            mantuvo el rumbo hacia su caladero natural al norte del cabo Finisterre.
               Eran poco más de las cinco de la madrugada cuando la tripulación del pesque-
            ro detectó una vía de agua en el compartimiento de máquinas. Debido a ello el
            motor se detuvo y el barco quedó a la deriva. Castigado por las olas y el viento
            fue irremisiblemente empujado hacia la orilla.
               Tan solo una hora más tarde, pasadas las seis de la madrugada, el arrastrero
            chocó contra las rocas, y en pocos minutos el frágil casco de madera se hizo añi-
            cos, zozobrando la embarcación entre fragosos golpes y crujidos.
               Tres de los tripulantes lograron ponerse a salvo en las rocas al ser despedidos
            en una de las embestidas. Los demás no tuvieron tanta suerte y desaparecieron


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