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José Manuel Bermúdez Siaba


          entre la espuma de las olas y los restos del navío.
            La mala nueva se conoció en Muros casi de inmediato y conmocionó a una
          población tristemente acostumbrada a sufrir las consecuencias de tan amargos
          sucesos, pero no por ello inmune al dolor que causó aquella tragedia.
            Las labores de rescate comenzaron de inmediato, y fueron muchos quienes
          se desplazaron hasta A Barca para seguir de cerca los acontecimientos. Muchos,
          también, se prestaron a tomar parte en el operativo de búsqueda que se había
          desplegado. Se instaló en la casa del mar de Muxía el centro de operaciones
          desde el cual se dirigían las mismas. Numerosas personas presentes en el lugar
          del naufragio ayudaron a los rescatadores en la tarea revisar los restos del barco,
          e intentaron, haciendo una cadena humana, recuperar el aparejo para comprobar
          si algún cuerpo se encontraba enmallado en él.

            Todo fue inútil. Los cinco hombres se dieron por desaparecidos hasta que el
          mar los devolviese a la orilla o saliesen a flote en el océano.

            A la mañana del día siguiente, dos cadáveres eran hallados en la zona cono-
          cida como Bodeirón, a dos millas de la punta de A Barca. Los dos cuerpos per-
          tenecían a Manuel Antonio Ramos Fernández y Manuel Ángel Lestón Romero,
          ambos vecinos de Muros.
            A pesar de las dificultades, las labores de búsqueda no se detuvieron, y nueve
          días después del siniestro aparecían los cuerpos de otras dos víctimas. Fueron
          hallados los restos mortales de Martín Manuel Rama Lestón, el miembro más
          joven de la tripulación, y Bruno Bermúdez Freire.
            Después de casi dos semanas explorando la costa y buscando sin descanso
          por el inclemente océano, ningún otro cuerpo fue encontrado. El contramaestre,
          Manuel Santiago Lago, desapareció para siempre en el fondo del mar. Acompa-
          ñando así, en su eterno descanso, a tantos y tantos marineros que han dejado su
          vida en la tristemente famosa Costa da Morte gallega




                     Naufragio del Santa Ana

            El lunes 10 de marzo del 2.014, sobre las cuatro y cuarto de la madrugada,
          zarpaba de Avilés con rumbo a su caladero en el cantábrico el buque pesquero
          con pabellón portugués Santa Ana. A pesar de estar matriculado en el país ve-
          cino, este barco era propiedad del armador muradano José Balayo, quien tenía,
          además, otros barcos por la zona dedicados, al igual que el Santa Ana, a la pesca
          de la «xarda». La tripulación del pesquero estaba compuesta por cuatro vecinos
          de Muros, un asturiano, dos portugueses y dos indonesios.


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