Page 10 - selim
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La  señora   gorda,  que   había  escuchado    con
          atención,  se quedó pensando. A ver,      ¿qué  re-
          lación  podía  existir  entre  sus  problemas y  un
          pastel  quemado...?



          De  repente,   se  le  alegró  la  cara.  Había  com-
          prendido.   Efectivamente,   ¿de qué   servía  abu-
          rrir a toda  la familia  con  sus agobios?  Eso  les
          resultaría  tan  agradable  como   comer   un  pas-
          tel  quemado...   Entonces,    no  sacudiría  a  los
          chicos,  ni se quejaría a su  marido, como solía
          hacer  en   los  días  malos.  Iba  a  guardar  sus
          preocupaciones     para  sí  misma   y  a  mostrar
          una  cara  sonriente,  que  alegrara  a  los  suyos.


           -Vendré a verte más veces -dijo-. Tu conejo
          es muy ladino;   ha encontrado exactamente lo
          que me   hacía falta.



          Entonces    Selim   se  dio  cuenta  de   que  una
          mujer muy vieja    miraba  con  curiosidad a  Yazi.


           —Acerqúese,      señora   -le  dijo-.  Solamente
          diez kourouchs por un     poco de alegría.


           -¿Qué    alegría  podrías  darme?   -preguntó   la
          anciana   con  voz  cascada-.  A mi  edad,  lo  que
           una espera ya es la muerte.


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