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agua  de  regaliz  en  los  muelles  hasta  pasada
           la medianoche.

           —Es   cierto -dijo  el  doctor-.  Mucha  gente  se
           acuesta   tarde  en  esta  ciudad.  Entonces,  ire-
           mos   a  verle  enseguida,  después   del  almuer-
           zo.  ¿Pasáis a buscarme por aquí sobre la     una?


           El doctor acompañó a Selim y a Zuffu      hasta la
           puerta.

           —Hasta luego,    chicos -dijo, sonriéndoles.



           Cuando   volvió  de  despedirlos,  Zaide,  su  cria-
           da,  estaba  poniendo   en  ordenias   sillas  de  la
           sala de espera.


           —Zaide,   ¿te  has fijado  bien  en  esos  dos  mu-
           chachos   que   acaban   de  marcharse?   -le  pre-
           guntó el doctor.


           La mujer asintió con   la cabeza.

           —Recuerda     bien  sus  caras  y  recíbelos  siem-
           pre  que  vengan   como   si  fueran  príncipes  de
           los  cuentos  que   tú  me  contabas   hace  tiem-
           po, cuando yo era niño.


           «Y estoy casi seguro de que lo son», murmu-
           ró para sí, volviendo a su consulta.


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