Page 24 - selim
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Aquél  era  un  barrio  muy  bonito,  donde  a  na-
             die  se  le  hubiera  ocurrido  pasear  con  los  za-
             patos llenos de polvo,   por lo que su   padre te-
             nía muchos clientes.



             Unos   pitidos  intermitentes  llamaron   la  aten-
             ción  de Selim.  Un automóvil   de  marca ameri-
             cana  se detuvo a  su altura.  Era  un taxi.  Por la
             ventanilla  asomó  una simpática   cabeza.


             —¿Vas   a  buscar a  tu  padre? -preguntó    el  ta-
             xista-.  Pues  entonces   sube,  porque   precisa-
             mente voy para allá.


             Selim  no  se  hizo  de  rogar y  trepó  al  asiento
             tapizado  de  cuero  rojo,  al  lado  del  conductor.
             Inmediatamente se imaginó a sí mismo gran-
             de y fuerte, vestido con   un traje estupendo y
             calzado  con  unos  relucientes   zapatos.  Aque-
             llo  le  dio  risa.  Era fantástico  pasearse  en  au-
             tomóvil   por  aquellas  estrechas    callejuelas.
             En  la vieja ciudad  de  Estambul  hay pocos   pa-
             sos  de  cebra,  y  menos   aún  guardias  de  cir-
             culación,  de  manera   que   los  peatones  y  los
             automovilistas   se  guían  por  una  especie   de
             código  establecido   por  la  costumbre.  Un  pe-
             queño   toque    de  claxon   equivale   a  decir:
             «Cuidado,   que voy.»   El peatón,  entonces,   se
             para  en  la  acera  o  echa  a  correr  si  ya  está



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