Page 28 - selim
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—Pero    ahora  se  sienten   mejor  -dijo  su  pa-
               dre-.  ¡Tú  les alegras el corazón y yo hago bri-
               llar sus zapatos!  ¿Qué te  parece?


               Y se echó a reír con aquella idea.    El ancho bi-
               gote  negro,  como   una  gruesa   raya  en  medio
               de su cara, temblaba al compás de su risa.


               Ese  bigote  siempre   había  sido  algo  fascinan-
               te  para  Selim.  Tenía  la firme  intención  de de-
               jarse  crecer  el  suyo  cuando  fuera  mayor.   Y
               entonces también tendría todas aquellas arru-
               guitas  que  salían,  como  abanicos   pequeños,
               junto a los ojos de su padre.   No conocía    nada
               más alegre y risueño que aquellos ojos.



               Cuando    acabó   de  comer   se  fue  a  saciar  la
               sed a la fuente de azulejos, y después se en-
               tretuvo  un  rato  corriendo  detrás  de  las  palo-
               mas.   Luego   volvió  a  tomar  el  camino  de  su
               casa.  Pronto   sería  la  hora  de  instalarse  otra
               vez  al  pie  de  la  mezquita  Bayazit  para  seguir
               vendiendo papeletas.



               Al  llegar  a  su  vieja  casa  de  madera  subió  los
               escalones   de  cuatro  en  cuatro,  como  de  cos-
               tumbre. La puerta del piso estaba abierta, y las
               habitaciones,   silenciosas.  A  esa  hora  los  dos


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