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de la mezquita Bayazit? Y entonces, ¿qué iba a
pensar de él cuando se diera cuenta de que ya
no aparecía por allí con sus papeletas?
«¿Cómo podría hacer para mandarle un avi-
so?», se preguntaba Selim, angustiado. «No
sé sus señas. Tampoco sé qué día irá a bus-
carme, ni si será por la mañana o por la no-
che... Si tiene una idea estupenda de pronto,
se perderá sin remedio.»
Semra podría quedarse sorda para toda la
vida, y todo por culpa de Selim, porque él se
marchaba de vacaciones...
Cuando el automóvil entró prudentemente en
el transbordador que les iba a llevar a la otra
orilla, hasta Asia, Selim le dijo a Zuffu:
—Vamos a tener muchísimo que hacer en Sa-
panca. Tendremos que ganar dinero para que
Semra pueda curarse. Mucho dinero, porque
el tratamiento será muy largo y carísimo.
—Pero... ¿qué es lo que tenemos que hacer?
-preguntó Zuffu asombrado.
Él no era un chico soñador, ni imaginativo, ni
nada por el estilo. Él jamás se había subido
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