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tando  las  ramas  bajas  de  los  árboles  que  cre-
            cían a lo largo de toda la ribera del lago.



            Buscó   y  buscó   durante   mucho    tiempo.   El
            agua del  lago  le atraía,  porque el  calor era  ho-
            rrible.  El sol  estaba  muy alto en el cielo y caía
            a  plomo   sobre   su  cabeza   casi  pelada.   Se
            tomó  un  descanso   para  refrescarse  la  cabeza
            y las piernas en el lago.



            De repente se quedó inmóvil.



            «A ver»,   se  dijo;  «si  yo  fuera  una  cabra,  me
            hubiera  ido  a  esconder  en  esa  islita  que  hay
            ahí enfrente.»


            Aquello  era  más   bien  un  islote  que  parecía
            estar  flotando  cerca  de  la  orilla,  completa-
            mente cubierto de espesos      matojos.



            «Veamos»,     pensó  Selim.   «Para  no  mojarme
            las  patas,  hubiera  brincado.  Pero  de  un  solo
            salto no llegaría,  es imposible.»


            Buscó   atentamente    y  se  figuró  que  allí,  so-
            bresaliendo   en  la  superficie,  tenía  que  haber
            una piedra plana.


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