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¡Qué   alegría  la  del  pastor!  A  Selim  no  le  hu-
            biera  extrañado verle  llorar de emoción.



            —Voy   a  avisar  a  Zuffu  -continuó  Selim-.  En
            cuanto estemos de vuelta,      nosotros  nos que-
            daremos    con  el  rebaño y  tú  puedes  ir a  bus-
            car  a  tu  cabra.  No  creo  que  haya  peligro  de
            que se escape ya;    está en  una  isla, y con  dos
            cabritos  recién  nacidos.


            —¿Dos,    has  dicho  que   ha  tenido  dos  cabri-
            tos?  -preguntó    Ahrnet-.    ¡Pobre  animalito!
            Tengo   que   perdonarle   la  preocupación    que
            me  ha hecho pasar.


            —Sí,   dos  cabritillos  blancos  y  bien  tragones
            -dijo  Selim  riendo.



            Pronto  se  reunió  con  Zuffu,  que  se  alegró  de
            que  Selim  hubiese   encontrado   al  animal.  En-
            tonces   los  dos  chicos  se  sentaron  en  lo  alto
            del  monte   para  vigilar  mejor  el  ganado  mien-
            tras que Ahmet se alejaba    por la orilla del  lago.



            La  espera  se  les  hizo  larguísima.  Cuando Ah-
            met  volvió  a  aparecer,  seguido   por  la  cabra,
            corrieron a su encuentro.    El  pastor llevaba  en
            brazos a los dos chivitos.


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