Page 124 - Donde termina el arco iris
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CECELIA AHERN Donde termina el Arco Iris
RUBY: ¡Ja! Has dado en el clavo. De acuerdo, quizá no lo haga. Sólo estaba pensando
en introducir algún cambio emocionante en mi vida y, curiosamente, eso ha
sido lo primero que se me ha pasado por la cabeza.
ROSIE: No necesitas ningún cambio en tu vida, Ruby. Está muy bien tal como está.
RUBY: Voy a cumplir cuarenta, Rosie. CUARENTA. Soy más joven que Madonna,
¿puedes creerlo?, y parezco su madre. Cada día me despierto en un
dormitorio desordenado junto a un hombre que ronca y huele mal, tropiezo
con montones de ropa camino de la puerta, bajo tambaleándome a la cocina,
me preparo un café y me como un pedazo de pastel de chocolate del día
anterior. Al volver hacia el dormitorio me cruzo con mi hijo en el pasillo.
Algunas veces me saluda, pero son las menos.
Discuto con él por el tema de la ducha y no me refiero a quién va a usarla
primero, sino a que tengo que obligarle a lavarse. Me peleo con la ducha para
no escaldarme ni morir congelada. Me visto con ropa que hace demasiados
años que llevo, de una talla que no consigo variar, que me pone enferma, y
que me ha hecho perder la voluntad de hacer algo respecto a... nada, o nada
respecto a algo. Teddy se despide de mí con un gruñido, me meto como puedo
en mi viejo, abollado, oxidado y desleal Mini que se estropea casi cada
mañana en una autovía que se parece más a un aparcamiento que una
carretera. Aparco el coche, llego tarde al trabajo para variar y tengo que
aguantar un sermón de alguien a quien me he visto obligada a poner el mote
de Randy Andy. Me siento a mi escritorio y, una vez allí, me invento historias
que me ayudan a evadirme de la oficina y me escabullo al mundo exterior
para fumar un cigarrillo a escondidas. Hago esto varias veces al día. No hablo
absolutamente con nadie, nadie habla conmigo y luego llego a casa a las siete
de la tarde totalmente agotada y muerta de hambre, una casa que nunca se
limpia a sí misma y una cena que nunca se prepara a sí misma. Hago esto cada
día.
Los sábados por la noche me reúno contigo, salimos de copas y me paso todo
el domingo con una resaca espantosa. Esto significa que me convierto en una
zombi y me quedo tumbada en el sofá como un trozo de brócoli. La casa sigue
sin limpiarse sola y, por más que le grite, se niega a ordenarse. El lunes me
despierta el espantoso lamento de mí despertador y vuelvo a empezar otra
vez por el principio.
Rosie, ¿cómo puedes decir que no necesito un cambio? Necesito un cambio
desesperadamente.
ROSIE: Ruby, ambas necesitamos un cambio.
Para una amiga especial
¡Que éste sea el principio de un año lleno de éxitos y felicidad!
Perdona, Ruby, ésta era la única tarjeta medianamente decente que pude
encontrar que no diera la lata sobre que tu vida ya está casi terminando. Gracias por
estar siempre a mi lado, ¡hasta cuando preferirías no estarlo! Eres una amiga
fantástica. Disfrutemos este cumpleaños y buena suerte en tu año nuevo.
Besos, Rosie
P. D.: Espero que te guste el regalo.
¡No vuelvas a quejarte de cambios nunca más!
Este vale da derecho a diez lecciones de salsa.
Ricardo será tu profesor cada miércoles a las ocho de la tarde en el pabellón de
la Escuela Secundaria San Patricio.
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