Page 233 - Donde termina el arco iris
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CECELIA AHERN                                                             Donde termina el Arco Iris
                       ¡Y el olor! Es como si alguien hubiese muerto y se hubiese podrido en un
                       rincón. Desde entonces la peste está impregnada en los muebles, las paredes y
                       mi ropa. Hay sesenta habitaciones. Veinte en  cada planta. Beanie anunció con
                       orgullo que la mitad tienen cuarto de baño. ¡Imagínate lo contenta que me
                       puse al oírlo, algunas habitaciones tienen baño!
                       Dos mujeres maravillosas, Betty y Joyce, cada una de unos cien años, limpian
                       las   habitaciones   tres   veces   por   semana,   lo   cual,   francamente,   me   parece
                       bastante vergonzoso. Y habida cuenta de la lentitud con que se mueven, me
                       sorprendería que limpiaran todas las habitaciones con esa frecuencia.
                       También empecé a preguntarme a qué clase de clientela atraería un hotel de
                       estas características, pero me quedó más que claro cuando me tocó hacer el
                       turno de noche. Cuando el club de show girls de abajo cierra, la fiesta continúa
                       arriba. Esto me dio más motivos para contratar más camareras.
                       La única manera de que alguien encuentre un bombón encima de la almohada
                       es que el huésped anterior lo haya escupido. La única razón para que alguien
                       se ponga el gorro de ducha sería protegerse la cabeza del agua amarilla que
                       sale   de   los   grifos   (aunque   probablemente   sea   potable,   yo   sólo   la   tomo
                       embotellada).
                       La semana pasada una emisora de radio llamó para preguntar si el hotel
                       querría   colaborar   en   un   concurso:   o   estaban   desesperados   o   se   dejaron
                       engañar por el grandilocuente nombre del hotel. No se me ocurrió ninguna
                       buena excusa para decir que no. La gente tenía que escribir al programa y
                       explicar por qué merecían un fin de semana de ensueño en Dublín. Los
                       ganadores obtendrían una entrada de teatro, una comida, un día de compras y
                       dos noches de alojamiento y desayuno en un hotel céntrico de la ciudad, con
                       todos los gastos pagados. Para el hotel fue fabuloso ya que nos hicieron
                       publicidad toda la semana en la radio y como resultado conseguimos algunos
                       huéspedes. Aunque ninguno de ellos sabía a qué se exponía.
                       La pareja ganadora tenía una historia tan conmovedora que por poco rompo a
                       llorar cuando la oí en la radio. De modo que decidí alojarlos en la  suite de luna
                       de miel (una habitación exactamente igual que las otras aunque le dije a
                       Beanie que pusiera una placa en la puerta para que los ganadores sintieran
                       que les brindábamos un trato especial. Terminó haciéndolo él mismo con una
                       plantilla. Se pasó una hora entera concentrado en la tarea con un rotulador
                       negro en la mano y la lengua fuera). Llené la habitación de flores y dispuse
                       una botella de champán, cortesía de la casa. Hice cuanto pude para adecentar
                       la habitación. Cogí suficiente dinero del presupuesto para comprar sábanas
                       nuevas, etc.
                       En fin, cuando supieron que habían ganado, se pusieron tan contentos que
                       estuvieron llamando al hotel a diario hasta la víspera de su llegada, haciendo
                       preguntas y asegurándose de que todo seguía en pie. Cruzaron el umbral,
                       echaron un vistazo al hotel y al cabo de un cuarto de hora ya se habían
                       marchado.
                       Ruby, ese matrimonio había perdido su casa y su coche, el marido se había
                       quedado sin trabajo, se había roto ambas piernas, y tenían que abandonar su
                       pueblo. Les habían regalado un fin de semana con todos los gastos pagados y
                       podían alojarse gratis en el hotel y ni aun así quisieron quedarse. Imagínate lo
                       malo que es el hotel.
               ROSIE: ¿Ruby?
               ROSIE: ¿Ruby, estás ahí?
               ROSIE: ¡Hola! Ruby, ¿has recibido lo que te he escrito?







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