Page 204 - Luna de Plutón
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                                         EL DEDO DEL DIABLO





       —Todos los censores de energía se han roto. Esto es grave, muy grave —anunció
  Degauss.

       Panék saltó sobre su silla, abrochándose el cinturón de seguridad.

       —¿Se dañaron por la caída?

       —No  —contestó  este,  viendo  cómo  todas  las  agujas  tras  los  cristales  se  habían
  partido  por  la  presión  contra  la  perilla  del  lado  opuesto—,  se  dañaron  porque  han

  percibido una descomunal cantidad de energía acumulándose en la Tungstenio.

       —Dios. ¡Alerta roja!
       Las  bombonas  con  luces  rojas  apostadas  en  diferentes  esquinas  de  la  nave

  volvieron a parpadear, el sonido timbrador, terrible, de la alarma cundió de vuelta en

  los oídos de los elfos, quienes, viendo al techo, asustados, corrieron de vuelta a sus

  puestos de combate. Un hermano abrazó a otro que estaba echado en el suelo, frente a
  la enfermería, con la cara vendada; otro se encomendó a sus dioses; y los demás, sin

  pensarlo, volvieron a sus máquinas, a sus puestos, operando con máscaras y paños

  apretados  contra  la  nariz  y  la  boca,  pues  el  aire  tóxico  que  despedían  los  tubos

  dañados era equivalente a respirar una bomba lacrimógena.
       En  la  cabina,  el  elfo  que  llevaba  su  ojo  vendado,  y  que  operaba  con  la  cabeza

  semicaída  sobre  su  tablero,  se  detuvo,  como  si  se  hubiese  quedado  congelado,  sus

  orejas empezaron a moverse.
       —¿Qué es eso?

       El copiloto se desplazó hasta el centro de la sala, viendo al techo, y así lo hizo

  también Degauss y otros dos pilotos. Panék estaba inmóvil, con los dedos apoyados
  en cada apoya-brazos.

       —¿Lo estás escuchando?

       —Sí, lo escucho.

       —Silencio todos.
       La cabina volvió a asemejarse, mórbidamente, a un cementerio, el silencio general

  que sobrevino fue devastador para la moral de los pilotos.

       —Por dios, ¿¡qué es eso!? ¡¿De dónde viene?!

       Las manos de Panék empezaron a temblar, la punta de sus dedos iban de arriba
  hacia  abajo  como  el  aleteo  de  un  pájaro,  las  despegó  de  la  silla,  y  vio  cómo  los
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