Page 201 - Luna de Plutón
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después del descenso en pleno espacio, a la vez que escuchaba los pasos de sus
hombres abajo, prestos a cumplir la orden. Del techo todavía persistía un soplido de
vapor y de vez en cuando caía una ducha de chispas sobre su silla y la de Degauss.
Panék se cubrió los ojos con una mano, respirando profundo.
—Hizo lo correcto, Shah —afirmó el copiloto, sentado desde su silla.
Hubo un silencio general, Panék lo observó con profunda desdicha.
—Usted tomó una acción que mató al 15% de la tripulación, para así salvar al otro
85%. Que no le quepan dudas de que ahora seríamos polvo estelar si otro torpedo nos
hubiera alcanzado.
—¡Señor, ya he regresado! —gritó un soldado, desde abajo—. ¡Los tres hijos del
Shah están bien! ¡Los tren están a salvo!
Panék se dejó caer de espaldas sobre una pared.
—Traemos malas noticias, sin embargo —prosiguió el elfo—. Se trata de Kann,
está muriéndose…
Los soldados habían decidido dejar que Knaach estuviera recostado al lado de
Hathor, quien dormía profundamente. Al ver la cara del león, su temple salvaje, su
mirada que parecía más brillante que nunca antes, y la forma como miraba al chico,
supieron que nadie en el universo lo podría cuidar mejor y con tanto celo. Del otro
lado del cuarto, se hallaba otro elfo: un ingeniero con uniforme gris. Miraba a Hathor
con un indescriptible terror en los ojos, su labio inferior temblaba, y sus pupilas se
habían dilatado hasta ser dos puntos. Su expresión de caos, de miedo, estaría
cincelada sobre su cara por horas, tal vez por días. Sus manos temblorosas se
aferraban al suelo, y aún negaba con la cabeza.
—Es imposible, es imposible, es imposible, es imposible… —gemía, en voz baja.
—Todavía está en estado de shock por la caída —sentenció el Capitán—. Déjenlo
estar un momento…
Había visto cómo el ancho, largo muro de acero, de más de veinte toneladas que
aislaba a la Sala de Ingeniería del resto de la nave, se había precipitado sobre ellos.
Estaba calmado cuando ya se había dado por muerto, calmado aun sabiéndose
triturado, hasta que los cabellos de Hathor se erizaron en el aire, levantando las dos
manos. Para cuando sus ojos se volvieron brillantes, la plancha se había quedado