Page 278 - Luna de Plutón
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TRAIDOR
Apenas Knaach hubo visto al gran hombre de cabellos plateados, y a aquella
computadora esférica, grande, que rotaba lentamente (y que mostraba su rostro y
melena en los monitores holográficos que orbitaban torno a ella si se acercaba mucho)
supo, entonces, por qué Hathor era tan extraordinario. Por qué podía escuchar hasta
pequeños comentarios a millas de distancia, por qué tenía aquella resistencia tan
superior en comparación a Pisis y Tepemkau, quienes ya de por sí, en su condición de
elfos, tenían una fortaleza y agilidad maravillosas. Por qué, con la mente, consiguió
detener en el aire un muro de varias toneladas y, finalmente, por qué consiguió repeler
AQUEL ataque psíquico que iba a destruir a la tripulación de La Anubis. Porque era el
hijo de aquel sujeto que Claudia había visto. Y este, su padre. Su padre real, su padre
biológico. Por otro lado, el chico nunca le había confesado AQUEL detalle, que
Hathor de hecho sí sabía quién era su padre biológico y que, por lo tanto, siempre
supo de quién estaban hablando cuando Claudia contó su historia. Hubo siempre
mentiras de parte y parte. Pero al final, ¿de quién más podía haber sido hijo,
entonces? Un hombre inexplicablemente poderoso, capaz de flotar en el espacio sin
traje, capaz de abrir una brecha a una nave, seguido por una esfera circular, algo raro,
movido por una tecnología desconocida. Knaach no estaba molesto, cada quien era
libre de mantener ciertos secretos, pero sí se resintió por lo que tuvo que sufrir
Claudia, cuya credibilidad fue puesta en tela de juicio incluso dentro del bar de
Tefnut, en Hamíl, cuando durante la reunión, hubo gente que sí sabía perfectamente
quién era AQUEL sujeto del que la niña ogro había hablado. Ahora, los ogros sabrían
que la hija de su rey no era una mentirosa.
Panék no tardó llegar a la sala de espera. Encontró a Hathor a un lado, con los
brazos cruzados, y el ceño fruncido, viendo hacia la pared, y a su padre del otro lado,
sacudiéndose los hombros.
—No pensé que intervendrías —dijo el Shah, con frialdad.
—La vida de mi hijo está en peligro, ¡por supuesto que debo intervenir! ¿Tú qué
opinas, DIO?
La computadora reflejó imágenes del rostro de Panék. El elfo intentaba armarse de
paciencia.
—¿Tienes idea del alboroto que armaste, Amén?