Page 278 - Luna de Plutón
P. 278

27



                                                     TRAIDOR





       Apenas  Knaach  hubo  visto  al  gran  hombre  de  cabellos  plateados,  y  a  aquella
  computadora  esférica,  grande,  que  rotaba  lentamente  (y  que  mostraba  su  rostro  y

  melena en los monitores holográficos que orbitaban torno a ella si se acercaba mucho)

  supo, entonces, por qué Hathor era tan extraordinario. Por qué podía escuchar hasta

  pequeños  comentarios  a  millas  de  distancia,  por  qué  tenía  aquella  resistencia  tan
  superior en comparación a Pisis y Tepemkau, quienes ya de por sí, en su condición de

  elfos, tenían una fortaleza y agilidad maravillosas. Por qué, con la mente, consiguió

  detener en el aire un muro de varias toneladas y, finalmente, por qué consiguió repeler
  AQUEL ataque psíquico que iba a destruir a la tripulación de La Anubis. Porque era el

  hijo de aquel sujeto que Claudia había visto. Y este, su padre. Su padre real, su padre

  biológico.  Por  otro  lado,  el  chico  nunca  le  había  confesado  AQUEL  detalle,  que

  Hathor de hecho sí sabía quién era su padre biológico y que, por lo tanto, siempre
  supo  de  quién  estaban  hablando  cuando  Claudia  contó  su  historia.  Hubo  siempre

  mentiras  de  parte  y  parte.  Pero  al  final,  ¿de  quién  más  podía  haber  sido  hijo,

  entonces? Un hombre inexplicablemente poderoso, capaz de flotar en el espacio sin

  traje, capaz de abrir una brecha a una nave, seguido por una esfera circular, algo raro,
  movido por una tecnología desconocida. Knaach no estaba molesto, cada quien era

  libre  de  mantener  ciertos  secretos,  pero  sí  se  resintió  por  lo  que  tuvo  que  sufrir

  Claudia,  cuya  credibilidad  fue  puesta  en  tela  de  juicio  incluso  dentro  del  bar  de
  Tefnut, en Hamíl, cuando durante la reunión, hubo gente que sí sabía perfectamente

  quién era AQUEL sujeto del que la niña ogro había hablado. Ahora, los ogros sabrían

  que la hija de su rey no era una mentirosa.
       Panék no tardó llegar a la sala de espera. Encontró a Hathor a un lado, con los

  brazos cruzados, y el ceño fruncido, viendo hacia la pared, y a su padre del otro lado,

  sacudiéndose los hombros.

       —No pensé que intervendrías —dijo el Shah, con frialdad.
       —La vida de mi hijo está en peligro, ¡por supuesto que debo intervenir! ¿Tú qué

  opinas, DIO?

       La computadora reflejó imágenes del rostro de Panék. El elfo intentaba armarse de

  paciencia.
       —¿Tienes idea del alboroto que armaste, Amén?
   273   274   275   276   277   278   279   280   281   282   283