Page 47 - Luna de Plutón
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Furrufunovich—. Lo sigues hasta que aborde su nave, y ahí acabará tu misión.
Knaach empezó a comprenderlo todo aún más, a tal punto que empezó a dudar
(muy a pesar de Claudia) que «el tipo aquel» siquiera existiese.
—¿Y a dónde irá el tipo? —preguntó Claudia.
—Ese no es problema tuyo. Lo que te concierne es que debes seguirlo hasta ahí;
trabajarán como escolta secreta.
Knaach ahogó el impulso de preguntar escolta de quién.
—¡ESO ES TODO! —dijo Metallus—. ¡UNA VEZ QUE HAYAS TERMINADO,
VUELVE A COMUNICARTE CON NOSOTROS!
—Está bien.
—AH, Y ANTES DE QUE SE ME OLVIDE: ¡CUIDADO CON LO QUE
PRETENDAS HACER CON MI HIJA!
El león por poco no saltó hacia atrás del susto, tuvo que morder muy fuerte para
evitar rugirle al Patriarca de Iapetus. Parecía estar olvidando que su hija pesaba el
equivalente a una tonelada más que él.
La zellas abrió los ojos y, automáticamente, la comunicación se cortó. Ambos se
retiraron de la tienda (Claudia obligó a la zellas a aceptar diez plutos, quien casi gritó
al ver tanto dinero junto entre sus temblorosas manos).
Salieron del vagón de tiendas y entraron a la siguiente: la feria de comida. La ogro
se quedó mirando con cara de apetito un negocio de pizzas con un aspecto menos que
reprobable, sin embargo, Knaach no disimuló su cara de desaprobación ante su
glotonería desmedida y esta, de mal talante, acabó por ceder, pasando de largo la feria,
evitando respirar el olor a comida para que el estómago siguiera durmiendo.
El siguiente vagón estaba completamente oscuro salvo por una pantalla que
ocupaba toda la pared de la izquierda, que reflejaba a todos los planetas del sistema
solar de perfil en órbitas verdes fosforescentes. Knaach se detuvo a admirar Júpiter y
Saturno, mientras que Claudia sintió más inclinación en fijarse por los planetas que se
hallaban antes del cinturón de asteroides.
El mapa electrónico era tan fidedigno que incluso las lunas de cada planeta eran
exactamente del mismo color que las reales, como si fuese una escala exacta reducida
a una millonésima.
—¿De qué mundo vienes tú, Knaach? —preguntó Claudia, viendo de cerca al
planeta Mercurio, asediado por la inmensa bola amarilla que representaba el sol.
—Me dijeron que soy de una luna de Neptuno —contestó este—. El problema es
que no sé cuál.
El león fijó su potente mirada sobre el coloso azul.