Page 258 - Cementerio de animales
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               Cuando Louis abandonó el edificio de la terminal del aeropuerto internacional de
           Bangor,  un  manto  helado  pareció  caer  sobre  su  mente.  Entonces  comprendió  que

           estaba decidido a llevar a cabo su plan. Su cerebro, que había sido lo bastante capaz
           como para permitirle seguir la carrera a base de becas y de lo que ganaba su mujer
           sirviendo café y pastas en el turno de 5 a 11 de la mañana, seis días a la semana, se

           había hecho cargo del problema y se disponía a resolverlo desglosándolo en etapas,
           como si se tratase de un examen: el más difícil que se le había planteado en su vida.

           Y era un examen que él pensaba superar con la nota máxima, cien sobre cien.
               Louis se fue a Brewer, la pequeña ciudad situada en la margen opuesta del río
           Penobscot. Encontró un hueco para aparcar frente a la ferretería Watson.
               —¿Qué desea? —preguntó el dependiente.

               —Una linterna grande, de las cuadradas, y algo con que hacer una caperuza.
               El dependiente era flaco y bajito; y tenía la frente ancha y los ojos muy vivos.

           Sonrió, pero de un modo poco agradable.
               —¿De caza, amigo?
               —¿Cómo dice?
               —Que si va a cazar gamos esta noche con la linterna.

               —Nada de eso —respondió Louis, muy serio—. No tengo licencia de caza.
               El dependiente parpadeó y luego optó por tomarlo a risa.

               —O, dicho de otro modo, que me ocupe de mis propios asuntos, ¿eh? Bueno, no
           tengo caperuzas para esas linternas grandes, pero puede ponerles un trozo de fieltro
           con una ranura. Así la luz no será más que una raya.
               —Magnífico —dijo Louis—. Gracias.

               —No hay de qué darlas. ¿Alguna cosa más?
               —Pues sí —dijo Louis—. Necesito un pico, una pala y un azadón. La pala, de

           mango corto y el azadón, de mango largo. Tres metros de cuerda gruesa. Un par de
           guantes de jardinería. Y una lona impermeabilizada, de tres por tres.
               —Todo eso lo tenemos —dijo el dependiente.

               —He de limpiar una fosa séptica —dijo Louis—. Por lo visto, estoy infringiendo
           las ordenanzas de la zona. Y tengo unos vecinos muy curiosos. No sé si me servirá de
           algo cubrir la linterna, pero tengo que probar. Podría caerme una buena multa.

               —Oh-oh —dijo el dependiente—. Pues no se olvide de añadir a la lista una pinza
           de la ropa para la nariz.
               Louis rió el chiste. Sus compras ascendieron a 58,60 dólares. Pagó en efectivo.




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