Page 263 - Cementerio de animales
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               Cuando a las tres y diez de la tarde, horario de la zona central, el vuelo United
           Airlines 419 descargaba a los pasajeros en el aeropuerto O'Hare de Chicago, Ellie

           Creed  se  encontraba  en  un  estado  de  incipiente  histerismo  y  Rachel  estaba  muy
           asustada. Desde el día en que llevó a los niños a McDonald y Gage estuvo a punto de
           ahogarse con las patatas fritas, nunca había deseado tanto que Louis estuviera con

           ella.
               Si rozabas a Ellie en un hombro, ella daba un brinco y te miraba con unos ojos

           como  platos,  y  tiritaba  de  pies  a  cabeza  sin  parar.  Era  como  si  estuviera  llena  de
           electricidad. Si mala fue la pesadilla del avión, esto… Rachel no sabía qué hacer.
               Al  entrar  en  la  terminal,  Ellie  dio  un  traspié  y  cayó  de  bruces.  En  lugar  de
           levantarse, se quedó tendida en la moqueta, mientras la gente la sorteaba (o la miraba

           con esa expresión de condescendiente simpatía y despego del que va de paso y no
           tiene tiempo que perder), hasta que Rachel la tomó en brazos.

               —Ellie, ¿qué tienes?
               Pero Ellie no respondió. Cruzaron el vestíbulo hacia las cintas transportadoras de
           los equipajes, donde Rachel vio a sus padres esperándolas.
               —Nos han dicho que no nos acercásemos a la puerta —dijo Dory—. De modo

           que pensamos… ¿Rachel? ¿Cómo está Eileen?
               —Regular.

               —¿Hay lavabo de señoras, mami? Voy a vomitar.
               —Oh, Dios mío —dijo Rachel con desesperación y la llevó de la mano hacia el
           aseo que estaba al otro lado del vestíbulo.
               —¿Quieres que vaya con vosotras, Rachel? —preguntó Dory.

               —No. Recoge las maletas, ya las conoces. Estamos bien.
               Afortunadamente, el aseo de señoras estaba desierto. Rachel llevó a la niña hacia

           una de las puertas, mientras buscaba una moneda en el bolso, y entonces vio que —
           gracias  a  Dios—  tres  de  los  retretes  tenían  roto  el  cerrojo.  En  una  de  las  puertas
           alguien había escrito con lápiz de labios: SIR JOHN CRAPPER ERA UN CERDO

           MACHISTA.
               Rachel abrió rápidamente la puerta. Ellie se quejaba con la mano en el vientre.
           Tuvo dos arcadas, pero no vomitó. Eran espasmos de agotamiento nervioso.

               Cuando Ellie dijo encontrarse un poco mejor, Rachel la llevó a los lavabos y le
           refrescó la cara. Ellie estaba lastimosamente blanca y tenía profundas ojeras.
               —Ellie, ¿es que no vas a decirme qué te pasa?

               —No sé lo que me pasa. Pero desde que papá me habló de este viaje sé que algo
           va mal. Porque él no estaba normal.
               «Louis,  ¿qué  tratas  de  ocultar?  Había  algo  raro,  lo  noté.  Hasta  Ellie  se  dio



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