Page 266 - Cementerio de animales
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«Dijo que había sido enviado para avisar, pero que no podía intervenir. Dijo que
           estaba… cerca de papá porque se encontraban juntos cuando su alma se des… des…
           ¡No me acuerdo!»

               —Se desencarnó —susurró Rachel, clavando las uñas en el bolso—. ¡Oh, Dios
           mío! ¿Será ésta la palabra?
               Trató de pensar con coherencia. ¿Había algo, además de su dolor natural por la

           muerte de Gage y de aquel precipitado viaje que era como una huida? ¿Qué sabía
           Ellie  del  muchacho  que  murió  el  día  en  que  Louis  empezó  a  trabajar  en  la
           universidad?

               «Nada —respondía su mente, inexorable—. Tú se lo ocultaste, como le ocultabas
           todo lo relacionado con la muerte, incluso la posibilidad de que se muriese el gato.
           ¿O es que ya no te acuerdas de aquella estúpida disputa que tuvimos en la cocina? Se

           lo ocultaste, porque tenías miedo, como lo tienes ahora. Se llamaba Pascow, Víctor
           Pascow. ¿Y cómo están ahora las cosas? ¿Es una situación desesperada? ¿Qué está

           pasando aquí?»
               Las manos le temblaban de tal modo que no consiguió meter la moneda en la
           ranura hasta el segundo intentó. Ahora llamaba a la enfermería de la universidad. La
           Charlton  aceptó  la  llamada,  un  poco  intrigada.  No;  no  había  visto  a  Louis,  y  le

           hubiera sorprendido verle hoy por allí. Dicho esto, volvió a dar el pésame a Rachel,
           que le dio las gracias y le pidió que hiciera el favor de decirle a Louis que la llamara a

           casa de sus padres, si lo veía. Sí; él tenía el número, dijo en respuesta a la pregunta de
           la enfermera, pues no quería decirle (aunque la otra ya debía de saberlo, pues Rachel
           tenía la impresión de que a la Charlton no se le escapaba una) que la casa de sus
           padres estaba a medio continente de distancia.

               Rachel colgó el teléfono, sofocada y temblorosa.
               «Debió de oír el nombre de Pascow en cualquier sitio, eso es. Tampoco se puede

           criar a una criatura en una jaula de cristal, como… un hámster, o qué sé yo. Oiría la
           noticia  por  la  radio.  O  se  lo  dirían  en  la  escuela,  y  se  le  quedó  el  nombre  en  la
           memoria.  Incluso  esa  palabra  que  ella  desconocía,  esa  especie  de  trabalenguas,
           "desencarnado" o lo que fuere, ¿qué tiene de particular? No demuestra nada, sino que

           el subconsciente es ni más ni menos que ese papel matamoscas pegajoso con el que la
           gente lo compara.»

               Recordó que un profesor de psicología les dijo una vez en la universidad que, en
           las debidas condiciones, la memoria puede darte los nombres de todas las personas
           que te han presentado, todos los platos que has comido y el tiempo que ha hecho cada

           día de tu vida. Para ilustrar esta increíble afirmación, el profesor les dijo que la mente
           humana era un ordenador con un número de chips impresionante: nada de 16K, 32K,
           ni 64K, sino, tal vez, mil millones K, es decir, un billón. ¿Y cuánta información podía

           almacenar cada uno de estos chips orgánicos? Eso nadie lo sabía. Pero eran tantos, les




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