Page 264 - Cementerio de animales
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cuenta.»
Rachel advirtió entonces que también ella había estado nerviosa todo el día, como
si esperase una desgracia. Así se sentía siempre dos o tres días antes de la regla, tensa
y en vilo, a punto de reír o de llorar, o de sufrir una jaqueca que la embestía como un
tren expreso y a las tres horas se le había pasado.
—¿Qué dices? —preguntó mirando a su hija en el espejo—. ¿Por qué no había de
estar normal papá, cariño?
—No sé —dijo Ellie—. Fue el sueño. Soñé con Gage. O con Church. No me
acuerdo. No sé.
—Ellie, ¿qué soñaste?
—Soñé que estaba en Pet Sematary. Me llevó Pascow y me dijo que papá iría y
que pasaría algo terrible.
—¿Pascow? —Rachel sintió una punzada de terror, aguda pero imprecisa. ¿Qué
nombre era aquél y por qué le resultaba familiar? Creía haberlo oído antes, pero no
podía recordar dónde—. ¿Soñaste que alguien llamado Paxcow te llevaba al
Cementerio de las Mascotas?
—Sí; así dijo que se llamaba. Y… —De pronto, sus ojos se dilataron.
—¿Recuerdas algo más?
—Dijo que había sido enviado para avisar, pero que no podía intervenir. Dijo que
estaba…, no sé…, que estaba cerca de papá porque se encontraban juntos cuando su
alma se des… des… ¡No recuerdo! —gimió.
—Cariño, soñaste con Pet Sematary porque aún estás pensando siempre en Gage.
Y estoy segura de que a papá no le pasa nada. ¿Ya estás mejor?
—No —susurró Ellie—. Mami, estoy asustada. ¿Tú no?
—Humm-humm —hizo Rachel sacudiendo levemente la cabeza y sonriendo.
Pero lo estaba, estaba asustada. Y el nombre de Paxcow la obsesionaba. Estaba
segura de haberlo oído meses o tal vez años atrás, en relación con algo horrible, y no
podía librarse de aquella zozobra.
Percibía algo…, algo amenazador que estallaría de un momento a otro. Algo
terrible que era preciso rehuir. Pero ¿el qué? ¿El qué?
—Estoy segura de que no pasa nada —dijo a Ellie—. ¿Quieres que volvamos con
los abuelos?
—Bueno —dijo Ellie, apática.
Entró en el tocador una mujer puertorriqueña que llevaba de la mano a un niño
pequeño al que estaba regañando. Los pantaloncitos bermudas estaban mojados a la
altura de las ingles, y Rachel se acordó de Gage con una angustia que casi la paralizó.
Aquella impresión le hizo el efecto de una dosis de novocaína, aplacándole los
nervios.
—Vamos —dijo a la niña—. Llamaremos a papá desde la casa del abuelo.
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