Page 270 - Cementerio de animales
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lo que pensara Rachel Creed hacía poco rato, hubiera podido decirle que tal vez tenía
           razón  aquel  profesor  de  psicología,  pero  que  cuando  envejecías,  esa  función  de
           bloqueo de la memoria se deterioraba, lo mismo que todos los órganos de tu cuerpo, y

           empezabas  a  recordar  caras,  lugares  y  hechos  con  una  nitidez  impresionante.
           Recuerdos que habían adquirido el tono sepia de las viejas fotografías, reavivaban sus
           colores,  las  voces  se  despojaban  de  la  sordina  que  les  había  puesto  el  tiempo  y

           recobraban su sonoridad original. Y Jud hubiera podido decir a aquel profesor que
           esto no era demencia informática. Esto se llamaba senilidad.
               Jud volvía a ver a "Hanratty", el toro de Lester Morgan, con los ojos ribeteados de

           rojo,  embestir  contra  todo  lo  que  se  le  ponía  por  delante.  Incluso  embestía  a  los
           árboles, cuando el viento movía las hojas. Antes de que Lester se diera por vencido,
           todos los árboles del pastizal vallado de "Hanratty" mostraban las señales de aquel

           furor  ciego,  y  el  animal  tenía  los  cuernos  astillados  y  la  cabeza  ensangrentada.
           Cuando mató al toro, Lester estaba aterrorizado: lo mismo que ahora Jud.

               El  anciano  bebía  cerveza  y  fumaba.  Estaba  anocheciendo.  No  encendió  la  luz.
           Poco a poco, su cigarrillo se convirtió en un punto incandescente. Bebía, fumaba y
           vigilaba  la  entrada  de  coches  de  casa  de  los  Creed.  Cuando  Louis  regresara  de
           dondequiera que estuviera, él entraría a charlar un rato, para asegurarse de que no

           tramaba nada malo.
               Y seguía sintiendo el suave tirón de lo que quiera que fuera el maléfico poder que

           habitaba aquella tierra diabólica donde se habían construido los "cairns".
               «No te mezcles en esto, tú. No te mezcles, o vas a sentirlo.» La voz era como un
           jirón de niebla que surgiera de un sepulcro abierto.
               Esforzándose por hacer oídos sordos a la voz, Jud fumaba y bebía. Y esperaba.








































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