Page 256 - Cementerio de animales
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—Tengo miedo.
               —¿Miedo? —Louis le puso la mano en la cabeza—. ¿De qué, cielo? No tendrás
           miedo del avión, ¿verdad?

               —No —dijo Ellie—; no sé de qué. Papi, soñé que estábamos en el entierro de
           Gage y que abrían la caja, y estaba vacía. Luego, soñé que estaba en casa, y miré la
           cuna de Gage, y también estaba vacía. Pero había barro.

               «Lázaro, sal fuera.»
               Entonces, por primera vez en muchos meses, Louis recordó conscientemente el
           sueño que tuvo a raíz de la muerte de Pascow: el sueño y el despertar, con los pies

           llenos de barro y las sábanas sucias de tierra y agujas de pino.
               Sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
               —Bah, sueños —dijo a Ellie con una voz que sonaba perfectamente normal, por

           lo menos, en sus oídos—. Ya pasarán.
               —Me  gustaría  que  vinieras  con  nosotras  —dijo  Ellie—.  O  que  nosotras  nos

           quedáramos aquí. ¿No podríamos quedarnos, papi? Anda… Yo no quiero ir a casa de
           los abuelos. Yo sólo quiero volver al colegio. ¿Vale?
               —Será  poco  tiempo,  Ellie.  Tengo…  —Tragó  saliva—.  Tengo  unas  cosas  que
           hacer, y después me reuniré con vosotras. Entonces decidiremos lo que haremos.

               Louis  esperaba  protestas,  incluso  tal  vez  una  rabieta  a  lo  Ellie.  Y  lo  hubiera
           preferido; por lo menos, era algo conocido, y no aquella mirada que le desconcertaba.

           Pero Ellie permaneció pálida y callada. Hubiera podido preguntarle algo más, pero no
           se atrevía. Ya le había dicho más de lo que él hubiera querido escuchar.
               Poco  después  de  que  Louis  y  Ellie  volvieran  al  vestíbulo  de  embarque,
           anunciaron por el altavoz la salida de su avión. Sacaron las tarjetas de embarque y los

           cuatro se pusieron en la cola. Louis abrazó a su mujer y la besó con fuerza. Rachel se
           apretó contra él un momento y luego se soltó, para que Louis pudiera despedirse de

           Ellie. Louis tomó en brazos a su hija y le dio un beso en la mejilla. La niña le miró
           muy seria con sus ojos de sibila:
               —Tienes los labios fríos —dijo—. ¿Eso, por qué, papi?
               —No lo sé —respondió Louis, aún más inquieto que antes. La dejó en el suelo—.

           Que seas buena, tesoro.
               —Yo no quiero ir —dijo Ellie otra vez, pero tan bajito que sólo Louis pudo oírla

           entre el murmullo de los pasajeros que iban a embarcar—. Tampoco quiero que vaya
           mami.
               —Vamos, Ellie. Estarás muy bien.

               —Yo estaré bien, pero, ¿y tú, papi? ¿Y tú, papi?
               La cola empezaba a avanzar. Los pasajeros caminaban por el corredor hacia el
           727. Rachel tiró de la mano de Ellie y, durante unos momentos, la niña se resistió,

           provocando un pequeño atasco, con los ojos fijos en su padre, y Louis no pudo menos




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