Page 313 - Cementerio de animales
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oía en la oscuridad le hizo darse plena cuenta de ello.
               Cruzó  el  Cementerio  de  Animales,  por  el  lado  de  la  tumba  de  MARTHA
           NUESTRA  CONEJITA,  muerta  el  1  de  MARZO  de  1965  y  del  GEN.  PATTON;

           sorteó el deteriorado cartón que señalaba la última morada de POLYNESIA. Aquí
           sonaba con más fuerza el tintineo y Louis se detuvo mirando al suelo. Sobre una tabla
           clavada  en  el  suelo  que  se  había  torcido  ligeramente,  se  veía  un  rectángulo  de

           hojalata,  en  el  que  a  la  luz  de  las  estrellas,  Louis  leyó:  RINCO  NUESTRO
           HÁMSTER 1964-1965. Era aquel trozo de hojalata lo que golpeaba insistentemente
           la tabla situada cerca del arco de la entrada de Pet Sematary. Louis se agachó para

           enderezar la tabla…, y quedó paralizado, con un hormigueo en el cuero cabelludo.
               Por allí detrás se movía algo. Algo se movía al otro lado de los troncos.
               Era un ruido sigiloso: el crujido furtivo de las agujas de pino, el chasquido de una

           rama, el susurro de los arbustos. Sonidos que casi quedaban ahogados por el rumor
           del viento entre los pinos.

               —¿Gage? —gritó Louis con voz ronca.
               Al advertir lo que estaba haciendo —llamando a su hijo muerto, en plena noche—
           se le erizó el pelo. Empezó a tiritar inconteniblemente, como si padeciera unas fiebres
           mortíferas.

               —¿Gage?
               Los sonidos se habían apagado.

               «Todavía no; aún es pronto. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé. No puede
           ser Gage. Es… otra cosa.»
               Entonces recordó lo que le dijo Ellie: «Él gritó: "Lázaro, sal fuera." Porque, si no
           llega a llamarle por su nombre, se habrían levantado todos los que estaban en aquel

           cementerio.»
               Ahora volvían a oírse ruidos al otro lado de los troncos. Al otro lado de la barrera.

           Casi  —no  del  todo—  sofocados  por  el  viento.  Como  si  algo  ciego  le  persiguiera,
           movido por instintos primarios. Su cerebro, hipersensibilizado, imaginaba horribles
           criaturas: un topo gigante, un enorme murciélago aleteando a ras del suelo.
               Louis  salió  de  Pet  Sematary  andando  hacia  atrás,  sin  volver  la  espalda  a  los

           troncos —aquel pálido fulgor, lívido desgarro de la oscuridad— hasta que estuvo un
           buen trecho dentro del camino. Allí apretó el paso y unos cuatrocientos metros antes

           de salir a la explanada de su casa, aún tuvo fuerzas para echar a correr.



                                                            * * *



               Louis lanzó el pico y la pala descuidadamente al interior del garaje y se quedó
           unos  momentos  en  la  puerta,  mirando  en  la  dirección  por  la  que  había  venido,  y,
           luego, al cielo. Eran las cuatro y cuarto y ya no podía tardar en amanecer. La luz




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