Page 147 - El cazador de sueños
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El niño, satisfecho, enseña los dientes, como si se hubiera encontrado a un amigo
           de toda la vida, y la coge.
               —Cubidú, dondetá…

               —Eso, eso —dice Jonesy—. Tenemos trabajo, concretamente llevarte a casita.                  [3]
           Te llamas Douglas Cavell, ¿no?
               El niño se aprieta la fiambrera contra el pecho con las dos manos sucias y le da un

           beso fuerte, como el que le ha estampado a Beaver en el moflete.
               —¡ZoyDudi! —exclama.

               —Muy bien —dice Henry. Coge una mano del niño, Jonesy la otra, y le ayudan a
           levantarse.  Maple  Lañe  sólo  está  a  tres  calles,  y  pueden  llegar  en  diez  minutos,
           suponiendo que no anden al acecho Richie y sus amigos, esperando el momento de

           que caigan en la trampa—. Venga, Duddits, a casita, que seguro que tu mami ya está
           preocupada.
               Primero, sin embargo, Henry envía a Pete a la esquina de la nave para ver si está

           libre  el  camino.  Cuando  vuelve  Pete  e  informa  de  que  no  hay  moros  en  la  costa,
           Henry  deja  que  cubran  ese  tramo.  Una  vez  que  hayan  llegado  a  la  acera  y  pueda
           verles la gente, estarán a salvo. Hasta entonces no piensa correr riesgos. Por lo tanto,

           vuelve a enviar a Pete con instrucciones de reconocer el terreno hasta la calle y, si va
           todo bien, silbar.
               —Yanotán —dice Duddits.

               —No te digo que no —dice Henry—, pero estaré más tranquilo si va a verlo Pete.
               Duddits permanece serenamente entre ellos, mirando los dibujos de la fiambrera,
           mientras Pete va a echar un vistazo. Henry se fía de él. No ha exagerado las dotes de

           corredor de Pete: si intentan caer sobre él Richie y sus amigos, pondrá el turbo y les
           dejará con un palmo de narices.
               —¿Qué, tío, te gusta la serie? —dice Beaver, cogiendo la fiambrera.

               Lo dice con tranquilidad. Henry observa la escena con cierto interés, movido por
           la curiosidad de ver si el niño retrasado llora porque le hayan quitado la fiambrera.
           No lo hace.

               —¡Ubidús! —dice el niño retrasado.
               Tiene el pelo rubio y rizado. Henry sigue sin adivinarle la edad.
               —Ya, ya sé cómo se llaman —dice Beav con paciencia—, pero nunca se cambian

           de ropa. Tiene razón Pete. ¡Si es que…! Hay que joderse, ¿no?
               —¡Zi!
               El niño tiende las manos para que le devuelvan la fiambrera, y Beaver se la da. El

           crío  la  abraza  y  les  sonríe  a  todos.  Es  una  sonrisa  muy  bonita,  piensa  Henry,
           sonriendo a su vez. Le recuerda cuando has estado nadando mucho rato en el mar,

           sales muerto de frío y con la piel de gallina, te envuelves los hombros con una toalla
           y entras enseguida en calor.




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