Page 144 - El cazador de sueños
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Se soltó del árbol con las orejas zumbando (las orejas y toda la cabeza) y dio un
           paso casi sin creerse que siguiera vivo. Después se llevó una mano a la nariz, y se le
           mojó la palma de sangre. En la boca también había algo suelto. Se puso una mano

           debajo, escupió un diente, lo observó con sorpresa y lo tiró, haciendo caso omiso de
           su  primer  impulso,  que  había  sido  metérselo  en  el  bolsillo  de  la  chaqueta.  Que  él
           supiera  no  se  hacían  implantes  quirúrgicos  de  dientes,  y  dudaba  mucho  que  el

           ratoncito Pérez llegara hasta aquellos andurriales.
               No estaba seguro de quién había gritado, pero sospechaba que Pete Moore podía
           haberse metido en un lío gordísimo.

               Quedó a la escucha de otras voces, otros pensamientos, pero no oyó ninguno más.
           Mejor. Eso sí: con o sin voces, tenía que admitir que aquello se había convertido en la
           cacería del siglo.

               —Venga, machote, que ya falta menos —dijo, reemprendiendo la marcha hacia
           Hole in the Wall.

               La sensación de que había pasado algo grave en la cabaña era más fuerte que
           nunca, y le costó un esfuerzo de voluntad mantener un ritmo fuerte de jogging.
               «Ve a mirar el orinal.»
               «¿No sería más fácil llamar a la puerta del lavabo y preguntarle si se encuentra

           bien?»
               ¿Había oído voces o se lo imaginaba? No, las voces eran reales, aunque ya no

           sonaran;  tan  reales  como  el  grito  de  agonía.  ¿De  Pete?  ¿O  había  sido  la  mujer,
           Becky?
               —Pete —dijo, convirtiendo la palabra en una nube de vaho—. Ha sido Pete.
               Aún no estaba del todo seguro, pero casi. Al principio tuvo miedo de no poder

           volver  al  ritmo  de  antes,  pero  lo  recuperó  de  manera  automática,  en  plenas
           aprensiones: su respiración rápida se sincronizó con el ruido de los pasos, creando un

           efecto de hermosa sencillez.
               Cinco  kilómetros  más  para  Banbury  Cross,  pensó.  A  casa.  Como  aquel  día,
           cuando llevamos a Duddits a la suya.
               «Como se lo contéis a alguien, no vuelvo a dirigiros la palabra.»

               Henry volvió a aquel día de octubre como se vuelve a un sueño profundo. Bajó
           tanto por el pozo de la memoria, y tan deprisa, que al principio no se percató de la

           nube  que  se  abalanzaba  sobre  él,  una  nube  que  no  eran  palabras,  pensamientos  ni
           gritos, sino algo rojinegro con lugares a donde ir y cosas que hacer.
















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