Page 145 - El cazador de sueños
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Beaver da un paso, duda un poco y se arrodilla. El retrasado no le ve, sino que sigue
gimiendo con los ojos apretados, entre convulsiones de su estrecha caja torácica. Los
calzoncillos de Scooby-Doo y la chaqueta vieja de motorista de Beaver, llena de
cremalleras, son dos cosas igual de cómicas, pero ninguno de los otros chicos se ríe.
Henry sólo quiere que deje de llorar el retrasado. Su llanto le destroza.
Beaver avanza un poco de rodillas y coge en brazos al niño que llora.
—El barco de mi niño es un sueño de plata… Es la primera vez que Henry oye
cantar a Beaver, como no sea con la radio puesta (no se puede decir que los
Clarendon se dejen caer mucho por la iglesia), y queda asombrado por la dulzura de
su voz de tenor. Un año más, aproximadamente, y a Beaver le cambiará la voz,
perdiendo sus virtudes, pero ahora, en el solar vacío de al lado del edificio en desuso,
entre las malas hierbas, a todos les traspasa y asombra su sonido. El niño retrasado
también reacciona: deja de llorar y mira a Beaver con cara de sorpresa.
—… que lleva de su cuna a la estrella más alta. Navega, niño mío, navega hacia
mis brazos por los mares y ríos,
La última nota se queda flotando en el aire, y ante tanta belleza, por unos
momentos, el mundo se aguanta la respiración. Henry nota que tiene ganas de llorar.
El niño retrasado mira a Beaver, que le ha estado acunando al compás de la canción.
Su cara, mojada por el llanto, contiene una expresión de perplejidad extática. Se le ha
olvidado el labio partido, el morado de la mejilla, la ropa que le falta, la fiambrera
perdida. Le dice a Beaver «maaa», una sílaba que podría no tener sentido, pero Henry
la entiende, y ve que Beaver también.
—No puedo —dice Beaver.
Se da cuenta de que sigue teniendo el brazo alrededor de los hombros desnudos
del niño, y lo aparta.
El resultado es que el niño pone mala cara, pero esta vez no es de miedo, ni de
mal humor por que le lleven la contraria, sino de pura tristeza. Sus ojos,
increíblemente verdes, se llenan de lágrimas, que ruedan por los regueros limpios de
sus mejillas sucias. Le coge a Beaver la mano y vuelve a colocársela alrededor de sus
hombros, diciendo: ¡Maaa! ¡Maaa!
Beaver, presa del pánico, los mira.
—MÍ madre nunca me cantaba nada más —dice—. Me dormía enseguida.
Henry y Jonesy se miran y estallan en carcajadas. No es que sea muy buena idea,
porque seguro que el niño se asusta y vuelve a berrear como un poseso, pero no
puede evitarlo ninguno de los dos. Resulta que el niño no llora, sino que sonríe a
Henry y Jonesy con gran efusión, enseñando una dentadura muy junta y blanca, y
vuelve a mirar a Beaver, mientras sigue sujetándole el brazo alrededor de los
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