Page 155 - El cazador de sueños
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—¡Dios, pero qué peste! —exclamó Beaver. Hablaba en sordina, porque se había
           tapado la boca y la nariz con la base de la mano—. Aunque si puede tirarse pedos es
           que aún está vivo. ¿No, Jonesy? Aún debe de…

               —Calla —dijo Jonesy en voz baja, con una firmeza que hasta a él le sorprendió
           —. No digas nada, ¿vale?
               Beav se calló.

               Jonesy se agachó hasta tenerlo todo a la vista: los puntitos de sangre en el párpado
           derecho de McCarthy, la mancha roja que tenía en la mejilla, la sangre de la cortina
           de  plástico  azul,  el  letrero  chusco  de  cuando  el  váter  todavía  era  de  la  variedad

           química  y  para  ducharse  había  que  darle  a  la  bomba  (SILENCIO:  GENIO
           TRABAJANDO)… Vio un brillo gélido entre los párpados de McCarthy, y que tenía
           los labios agrietados, además de morados, al menos con aquella luz. Percibió el olor

           tóxico  de  la  flatulencia,  y  casi  lo  vio  ascender  en  cintas  sucias  de  color  amarillo
           oscuro, como gas mostaza.

               —McCarthy… Rick… ¿Me oyes?
               Hizo chasquear los dedos delante de aquellos ojos casi cerrados. Nada. Se lamió
           el  dorso  de  la  mano  y  la  acercó  a  McCarthy,  primero  debajo  de  la  nariz  y  a
           continuación delante de la boca. Nada.

               —Está muerto, Beav —dijo, retrocediendo.
               —Y una mierda —replicó Beaver con tono brusco y, por absurdo que pareciera,

           ofendido, como si McCarthy hubiera infringido todas las reglas de la hospitalidad—.
           ¡Si acaba de echar un zurullo, tío! Lo he oído yo.
               —No creo que fuera…
               Beav apartó a Jonesy, haciendo que se diera un golpe doloroso en la cadera con la

           pila.
               —¡Ya  vale,  tío!  —exclamó  Beaver.  Cogió  el  hombro  de  McCarthy,  redondo,

           pecoso y con poco músculo, y lo zarandeó—. ¡Despierta, coño! ¡Despier…!
               McCarthy, poco a poco, se escoró hacia la bañera, y hubo un momento en que
           Jonesy  pensó  que  tenía  razón  Beaver,  que  aún  estaba  vivo  e  intentaba  levantarse.
           Luego McCarthy se cayó de la taza a la bañera, abombando la fina membrana de la

           cortina  azul  de  la  ducha.  Se  le  cayó  la  gorra  naranja.  Le  chocó  el  cráneo  con  la
           porcelana, haciendo ruido de hueso. Entonces Jonesy y Beaver, abrazados, se echaron

           a  gritar,  con  el  resultado  de  que,  entre  lo  reducido  del  espacio  y  las  baldosas,  el
           lavabo se llenó de un ruido ensordecedor. El culo de McCarthy era una luna llena en
           posición oblicua, con un cráter en medio; un cráter gigantesco, ensangrentado, que

           parecía el emplazamiento de un impacto brutal. Jonesy sólo lo vio un segundo, justo
           antes de que McCarthy cayera de bruces en la bañera y quedara oculto por la cortina,
           que recuperó flotando su posición original; pero durante ese segundo le pareció que el

           agujero  tenía  treinta  centímetros  de  diámetro.  ¿Podía  ser?  ¿Treinta  centímetros?




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