Page 157 - El cazador de sueños
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TRABAJANDO. Los ojos azules de Beav estaban muy abiertos de miedo.
               —Ya me he sentado, Jonesy.
               —Sí, ya lo veo. Perdona, Beav. Pero quédate sentado, ¿eh? Lo que estaba dentro

           de McCarthy ahora está encerrado. Sólo puede ir al pozo séptico. Ahora vuelvo…
               —¿Adonde vas? ¡Sólo falta que me dejes aquí, sentado en el váter al lado de un
           muerto! Si salimos los dos corriendo…

               —De salir corriendo nada —dijo Jonesy muy seriamente—. La cabaña es nuestra,
           y nos quedamos.
               Nobles palabras, pero que como mínimo obviaban un aspecto de la situación: que

           lo que más tenía Jonesy era miedo de que lo que había dentro del váter pudiera correr
           más deprisa que ellos. O deslizarse, o lo que fuera. Le pasaron por la cabeza escenas
           aceleradas  de  cien  películas  de  terror  (Parasite,  Alien,  Vinieron  de  dentro  de…).

           Cuando  en  cartelera  había  una  así,  Carla  se  negaba  a  ir  con  él  al  cine,  y  si  las
           alquilaba  en  vídeo  le  obligaba  a  bajar  al  sótano  y  ponerlas  en  la  tele  del  estudio.

           Ahora, sin embargo, podía ser que les salvara la vida una de esas películas (algo que
           había  visto  Jonesy  en  ella).  Echó  un  vistazo  a  la  especie  de  moho  rojizo  que
           proliferaba en la huella sangrienta de la mano de McCarthy. Salvarles la vida o, en
           todo caso, protegerles de lo que había en el váter. Aquella especie de moho… ¿Cómo

           saberlo?
               Lo  de  dentro  de  la  taza  dio  otro  salto,  golpeando  la  tapa  por  el  interior,  pero

           Beaver no tuvo ninguna dificultad en mantenerla cerrada. Mejor. Quizá lo de dentro
           se  ahogara,  aunque  a  Jonesy  no  le  pareció  que  se  pudiera  contar  con  ello,  porque
           ¿verdad que había vivido dentro de McCarthy? Sí, había sobrevivido bastante tiempo
           en el interior de don Miraqueestoyalapuertayllamo, quizá los cuatro días enteros de

           extravío  por  el  bosque.  Por  lo  visto  había  reducido  el  crecimiento  de  la  barba  de
           McCarthy,  y  había  hecho  que  se  le  cayeran  unos  cuantos  dientes;  también  había

           provocado  que  McCarthy  se  tirara  unos  pedos  imposibles  de  ignorar  en  ningún
           ambiente  social,  ni  siquiera  en  el  de  educación  más  exquisita:  pedos,  hablando  en
           plata, como de gas tóxico. Aunque la cosa en sí, al parecer, había gozado de buena
           salud… había crecido…

               De repente, como si lo viera, se le apareció una solitaria blanca saliendo de un
           montón de carne cruda. Tuvo arcadas, e hizo un ruido como de gárgaras.

               —¡Jonesy!
               Beaver empezó a levantarse, poniendo cara de estar más asustado que nunca.
               —¡Vuelve a sentarte, Beaver!

               Obedeció, y justo a tiempo. La cosa del váter saltó y dio un golpe sordo en la
           tapa. «Mira que estoy a la puerta y llamo.»
               —¿Te acuerdas de Arma letal, cuando el colega de Mel Gibson no se atreve a

           levantarse del cagadero? —dijo Beaver. Sonreía, pero tenía la boca seca y ojos de




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