Page 161 - El cazador de sueños
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           —¡Duddits! —exclama.
               La mujer, menuda, con canas y vestido estampado de flores, corre a su encuentro

           por la acera como un pajarito.
               Duddits ha estado caminando con sus nuevos amigos, más contento que un ocho:
           hablando  por  los  codos,  con  la  fiambrera  de  Scooby-Doo  en  la  mano  derecha,  la

           izquierda cogiendo la de Jonesy y columpiándola con alegría. En el galimatías que
           sale  de  su  boca  parece  que  se  confundan  todas  las  letras.  Para  Beaver,  la  gran

           sorpresa es que se le entienda casi todo.
               Ahora que ha visto a la mujer del pelo gris, Duddits suelta la mano de Jonesy y
           corre  hacia  ella;  corren  los  dos,  y  Beaver  se  acuerda  de  un  musical  sobre  unos
           cantantes, los Von Cripp, o Von Crapp, o algo así.

               —¡Amáa, amáa! —vocifera Duddits. «¡Mamá! ¡Mamá!»
               —¿Dónde has estado? ¿De dónde sales, Duddits de mi alma? ¡Desastre, que eres

           un desastre!
               Se juntan, y es tal la diferencia de peso y estatura (como seis o siete centímetros a
           favor de Duddits) que Beaver se lleva un susto, temiendo que aquel pajarito de mujer
           acabe aplastada como el coyote en los dibujos animados de Correcaminos. Nada más

           lejos: la madre de Duddits levanta a su hijo y le hace girar con una sonrisa de éxtasis
           de oreja a oreja.

               —Estaba a punto de entrar y llamar a la policía. Malo, más que malo, que siempre
           me llegas tarde, Dud…
               Ve a Beaver y sus amigos y deja a su hijo en el suelo. Se le ha borrado la sonrisa
           de alivio; ahora está muy seria, yendo hacia ellos y pisando la cuadrícula de un juego

           de rayuela; un juego, piensa Beav, que no podría ser más fácil, y que aun así le está
           vetado a Duddits. A su madre siguen viéndosele lágrimas en las mejillas; ahora ha

           salido el sol, que las hace brillar.
               —Uy, uy, uy —dice Pete—, que nos la vamos a cargar… —Tranquilos —dice
           Henry, hablando en voz baja y deprisa—.

               Que se desahogue, y luego se lo explicamos.
               Pero han juzgado mal a Roberta Cavell, aplicando el rasero de tantos adultos que
           a los chicos de su edad no les conceden ni la presunción de inocencia. No es el caso

           de Roberta Cavell, ni de su marido Alfie. Los Cavell son otra cosa. Les ha convertido
           Duddits en otra cosa.
               —Chicos  —dice  ella—,  ¿qué  hacía?  ¿Se  había  perdido?  Me  da  mucho  miedo

           dejar que vaya solo, pero tiene tantas ganas de ser como los demás…
               Una de sus manos estrecha con fuerza los dedos de Beaver, y la otra los de Pete.
           A continuación les suelta, coge las de Jonesy y Henry y les da el mismo apretón.



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