Page 164 - El cazador de sueños
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valía obedecer.
               «Seguro que Jonesy ya ha recorrido dos kilómetros de carretera —calculó la voz
           pérfida—. Dos kilómetros, y aún acelera.»

               —Mentira —dijo Beaver—. ¿Jonesy? Nunca.
               Cambió un poco de postura, previendo que saltaría el bicho de dentro, pero no fue
           así. A esas horas quizá estuviera a cincuenta metros, nadando entre cagarros por la

           fosa séptica. Jonesy había dicho que era demasiado grande para bajar, pero, como no
           lo había visto ninguno de los dos, era imposible afirmarlo con rotundidad. A pesar de
           todo,  monsieur  Beaver  Clarendon  se  quedaría  sentadito.  Porque  lo  había  dicho.

           Porque  cuando  estás  preocupado,  o  tienes  miedo,  siempre  cuesta  más  que  pase  el
           tiempo. Y porque se fiaba de Jonesy. Jonesy y Henry nunca le habían hecho nada
           malo. Nunca se habían reído ni de él ni de Pete. Tampoco le habían hecho nada malo

           a Duddits, ni se habían reído de él.
               Beav  rió  por  la  nariz.  Duddits  con  la  fiambrera  de  Scooby-Doo.  Duddits  boca

           abajo, soplando las semillas de diente de león. Duddits corriendo por el patio trasero,
           más feliz que un pájaro en un árbol. Los que llamaban «especiales» a aquella clase de
           niños  no  se  enteraban  de  nada.  Aunque  para  ellos  cuatro  había  sido  especial:  un
           regalo  de  una  mierda  de  mundo  que  no  suele  regalarle  nada  a  nadie.  Para  ellos,

           Duddits había sido algo muy especial, alguien muy querido.



















































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