Page 167 - El cazador de sueños
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Henry le da una patada debajo de la mesa. Pete se repite a sí mismo lo que ha
           dicho (se le nota en la cara) y empieza a ponerse rojo como un tomate.
               No  parece  que  la  señora  Cavell  se  dé  cuenta.  Mira  a  Henry  fijamente,  con

           intensidad.
               —Tiene que salir de casa a las ocho menos cuarto —dice.
               —A  esa  hora  siempre  estamos  cerca  de  aquí  —contesta  Henry—.  ¿A  que  sí,

           chicos?
               Y, si bien la verdad es que las siete cuarenta y cinco les pilla a todos un poco
           temprano, asienten los tres con la cabeza y dicen que sí.

               —¿Lo  decís  en  serio?  —vuelve  a  preguntar  ella,  y  esta  vez  Beaver  no  tiene
           ninguna dificultad en interpretar su tono: es de incre… incre lo que sea, la palabreja
           que quiere decir que no te lo crees.

               —Que sí, de verdad —dice Henry—. A menos que usted crea que Duddits no…
           que no le…

               —Que no le gustaría —se encarga Jonesy de acabar.
               —¿Estáis  locos?  —pregunta  ella.  Beaver  sospecha  que  habla  consigo  misma,
           intentando convencerse de que es verdad que tiene a cuatro chicos en la cocina, que
           no es ninguna alucinación—. ¿Ir al colé caminando con los mayores? ¿Con los que

           van a lo que llama Duddits «el colé de verdad»? Para él sería el paraíso.
               —Pues  hecho  —dice  Henry—.  Pasaremos  a  las  ocho  menos  cuarto  y  le

           acompañaremos al colegio. También iremos a buscarle a la salida.
               —Sale a las..,
               —Sí, ya sabemos a qué hora acaban las clases del colé de los subnormales —dice
           alegremente Beaver.

               Un segundo antes de ver las caras de susto de los demás, ya se da cuenta de que
           ha dicho algo mucho peor que «la hostia», y se tapa la boca con las dos manos. Los

           ojos están abiertos como platos. Jonesy le da una patada tan fuerte en la espinilla,
           debajo de la mesa, que Beav casi se cae de espaldas.
               —No le haga caso, señora —dice Henry hablando deprisa, cosa que sólo hace
           cuando pasa vergüenza—. Sólo…

               —No, si no me ofendo —dice ella—. Ya sabía que lo llamaban así. A veces lo
           decimos  hasta  Alfie  y  yo.  —Aunque  parezca  mentira,  no  da  muestras  de  que  le

           interese mucho el tema—. ¿Por qué? —vuelve a preguntar.
               Y, a pesar de que a quien mira es a Henry, el que contesta, con o sin sonrojo, es
           Beaver.

               —Porque es un tío guay —dice.
               Los demás asienten.
               Durante cinco años, aproximadamente, acompañarán a Duddits de casa al colegio

           y del colegio a casa, menos cuando esté enfermo o se hayan ido los cuatro a Hole in




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