Page 170 - El cazador de sueños
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Jonesy no encontraba la cinta.
Había buscado por todas partes, pero no aparecía. Estaba seguro de que tenía que
haber un rollo, pero no estaba colgado en ningún clavo, ni entre las herramientas de la
mesa de trabajo. Tampoco estaba detrás de los botes de pintura, ni en el gancho de las
mascarillas de pintar, tan viejas que la goma elástica se había puesto amarilla. Miró
debajo de la mesa, en el montón de cajas de la pared del fondo y en el
compartimiento de debajo del asiento trasero de la motonieve. Este último contenía
un faro de recambio sin desempaquetar y media cajetilla de Lucky Strike del año de
la pera, pero ni rastro de cinta. Sentía pasar los minutos. Tuvo la clara impresión, en
un momento dado, de que le llamaba Beav, pero, como no quería volver sin la cinta,
usó la bocina vieja que había en el suelo, apretando la perilla de caucho agrietado y
haciendo un ruido que seguro que a Duddits le habría encantado.
Cuanto más tardaba en encontrar la cinta, más imprescindible le parecía. Había un
rollo de cordel, pero ¿cordel para atar la tapa al váter? No, hombre, no. Jonesy estaba
casi seguro de que en un cajón de la cocina había celo, pero lo del váter, a juzgar por
el ruido, era algo fuerte, como un pez grande. El celo no daba para tanto.
Se quedó detrás del Arctic Cat con los ojos muy abiertos, mirando alrededor
mientras se tocaba el pelo (no había vuelto a ponerse los guantes, y llevaba fuera
bastante tiempo para tener los dedos medio insensibles) y exhalaba nubes de vaho
blanco.
—¿Dónde coño…? —preguntó en voz alta.
Dio un puñetazo en la mesa, tumbando una pila de cajitas de clavos y tornillos. La
cinta aislante, un rollo enorme, estaba detrás. Seguro que la había tenido delante diez
o doce veces.
La cogió, se la metió en el bolsillo de la chaqueta (al menos se había acordado de
ponérsela, aunque sin molestarse en subir la cremallera) y dio media vuelta, dispuesto
a salir. Fue cuando empezó a gritar Beaver. Antes, cuando llamaba, Jonesy casi no le
oía la voz, pero no tuvo la menor dificultad en oír sus gritos. Eran verdaderos alaridos
de dolor.
Corrió hacia la puerta.
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