Page 170 - El cazador de sueños
P. 170

7




           Jonesy no encontraba la cinta.
               Había buscado por todas partes, pero no aparecía. Estaba seguro de que tenía que

           haber un rollo, pero no estaba colgado en ningún clavo, ni entre las herramientas de la
           mesa de trabajo. Tampoco estaba detrás de los botes de pintura, ni en el gancho de las
           mascarillas de pintar, tan viejas que la goma elástica se había puesto amarilla. Miró

           debajo  de  la  mesa,  en  el  montón  de  cajas  de  la  pared  del  fondo  y  en  el
           compartimiento de debajo del asiento trasero de la motonieve. Este último contenía

           un faro de recambio sin desempaquetar y media cajetilla de Lucky Strike del año de
           la pera, pero ni rastro de cinta. Sentía pasar los minutos. Tuvo la clara impresión, en
           un momento dado, de que le llamaba Beav, pero, como no quería volver sin la cinta,
           usó la bocina vieja que había en el suelo, apretando la perilla de caucho agrietado y

           haciendo un ruido que seguro que a Duddits le habría encantado.
               Cuanto más tardaba en encontrar la cinta, más imprescindible le parecía. Había un

           rollo de cordel, pero ¿cordel para atar la tapa al váter? No, hombre, no. Jonesy estaba
           casi seguro de que en un cajón de la cocina había celo, pero lo del váter, a juzgar por
           el ruido, era algo fuerte, como un pez grande. El celo no daba para tanto.
               Se  quedó  detrás  del  Arctic  Cat  con  los  ojos  muy  abiertos,  mirando  alrededor

           mientras se tocaba el pelo (no había vuelto a ponerse los guantes, y llevaba fuera
           bastante tiempo para tener los dedos medio insensibles) y exhalaba nubes de vaho

           blanco.
               —¿Dónde coño…? —preguntó en voz alta.
               Dio un puñetazo en la mesa, tumbando una pila de cajitas de clavos y tornillos. La
           cinta aislante, un rollo enorme, estaba detrás. Seguro que la había tenido delante diez

           o doce veces.
               La cogió, se la metió en el bolsillo de la chaqueta (al menos se había acordado de

           ponérsela, aunque sin molestarse en subir la cremallera) y dio media vuelta, dispuesto
           a salir. Fue cuando empezó a gritar Beaver. Antes, cuando llamaba, Jonesy casi no le
           oía la voz, pero no tuvo la menor dificultad en oír sus gritos. Eran verdaderos alaridos

           de dolor.
               Corrió hacia la puerta.



















                                        www.lectulandia.com - Página 170
   165   166   167   168   169   170   171   172   173   174   175